18 diciembre, 2009

Madrugadas

Tras la gimnasia de la noche la mañana está helada al sur de la meseta. Llegas al hielo del amanecer a través de los faros verdes de los semáforos, búhos luminosos de la noche urbana, ojos de luz suspendidos en el frío. Por el sendero de las aceras caminan náufragos con abrigos y mujeres con medias a la intemperie. Cruje la madrugada el ruido de una moto y en la plaza de España los taxis son una soledad blanca. Pesa el humo en mis ojeras. Regreso pensando en la tarde en que Roberto Domínguez verde esperanza torería y cabos negros inventó la izquierda rotunda y larga con un toro de Victorino. En la memoria un desplante tras un pase de pecho en el que el toro recorrió medio Madrid de junio y el torero salió airoso con esa gracia venosa heredada de la edad de plata. Cenar en el comedor Roberto Domínguez es cenar en una mesa con mantel de luces y tauromaquia. En una vitrina reina aquel vestido verde esperanza y oro, alamares blancos. Golpes de rubí. Seda de gloria y memoria. La sala es lsd para los pasionados y uno no puede detenerse en las conversaciones porque viaja de fotografía en fotografía, de detalle en detalle, viajando fuera de este tiempo de convención de Belmonte a Fernando Domínguez. Hay una marsellesa de Fernando con cuellos de visón y nostalgia, un cúmulo de azares toreros, primeros planos de una forma de mirar el ruedo que casi no existe. La torería del gesto, el empaque de la postura de los Domínguez, su andar torero por la historia del siglo XX, entreverado por una dehesa mesetaria del genio Cuadrado Lomas, lances de Fernando Dominguez en mitad de la noche del año 2010, llega la gravedad y la fuerza de este torero que toreaba con el capote hundiéndose y resucitando la postura para el siguiente lance. Da igual la poca nitidez del blanco y negro, ni la ausencia del pixel torero de este tiempo. Estas fotografías solo son una voz que clama como un disco rayado, una escritura, la torería clásica, el testamento torero según los apóstoles de la edad de plata. Venid a nosotros. Por eso los aficionados deberíamos ser ahora soldados portadores de esta memoria, de esta ética que Esplá -mito joven- lleva a los pies del imperio racionalista francés, con la cara rajada por la navaja de la verdad, la vida entregada honestamente a la mirada negra y gloriosa de la vocación torera. Ahora que nos quieren matar tan despacio, que los políticos se mean en la memoria de la edad de plata y en la cultura por hacer astilla, ahora que quieren que los toreros seamos despojo: deberíamos batirnos, con ese vizcaína de filo de seso y memoria. Los aficionados toreros somos racionalistas, creemos en la razón y en el sentido. También en esa mirada inteligente y tan certera de Antonio Lorca en El Pais. Creemos en este patrimonio cultural heredado, en este solar de arte y piel de nácar sin arrugas por el que no pasa el tiempo. Porque el ruedo es cultura sin siglo, una pasión y un arte humanista. Porque como dice Esplá existe la ética del toreo y no hay animal más querido que el toro, ni enfoque más sincero en la ofrenda de la vida por el arte. Es por eso por lo que sufrimos ahora este ataque frontal, porque el torero en este mundo posmoderno es un proscrito que vive en un país de albero y fantasía incomprendido. De entrega de la vida por un sueño. Porque la muleta es un paño frágil y el toro un animal respetado. Y quien entrega hoy la vida por un sueño (?). Deberíamos peregrinar con la palabra como aquellos maletillas recorrían los caminos del campo bravo. Deberiamos mirar hacia dentro saber que la fiesta de los toros enferma por virus propios, toreros sin voz, afeitadores y taurinos descolocados. No existe la moderniddasd del tendido hacía abajo.
Deberíamos alzar la voz los muchos aficionados a este arte tan decadente que nos ayuda a vivir, a buscar el territorio paradisiaco de la emoción. También a olvidar este mundo donde el hombre es profundamente animal y lobo y cruel; a salir del espacio y del tiempo para ver a un hombre honesto que quiere hacer arte y caricia con paños de colores, la brutalidad vencida, templada y acariciada: el triunfo de la razón. No es el ruedo un circo sangriento y despojos, ni un disparo de violencia y sangre. Es posesía no escrita que cruza los siglos hecha ruedo y arena.

09 diciembre, 2009

Golpe de mar

Me gustaría ser Gallito. Ningún toro se resistía al rojo de su muleta, ni veragua, ni pabloromero, ni vistahermosa. No soy Joselito El Gallo. Me llegan los golpes de mar y no teniendo la muleta de Gallito, tiro de memoria y me acuerdo de mi abuela y su mandil de algondón blanco y su cuchillo. Aquel coraje de madrugada y peces y olor a mar. También de mi abuelo que abría las costuras de la vida con sus tijeras de sastre y su mirada roja, su rosa en la pupila y en la lágrima. Dice un amigo rubio Bienvenida (Angel Luis) que los hijos de tenderos tenemos principios. Los principios son aquellos, por eso tenemos peces en las venas y una biblioteca de cómo resistir. Uno tira de oficio en los golpes de mar y zozobras de agua; recuerdo a Joselito -no El Gallo, el que leyó Memorias de Adriano (libro felipista)-, quién dijo a Chopera (Flamarique), que en su hambre mandaba él mismo. Pienso en mi padre y se me queda esa mirada de John Locke sentado como un indio en la playa de esa Isla mirando al mar. Busco como volver a mis islas, a este blog. A los amigos que elijo, a los paraisos de la tierra. A la sinfornía de temple y naturalidad de José Mari Manzanares en este video que veo, en un tentadero Manzanares acariciando a una vaca y al campo de una mañana de diciembre y a México entero. También en este diciembre infiel al invierno, contemplo arrodillado como en un templo, una media verónica de Antonio Marquez, belmontina en las muñecas, en los brazos. Torero elegante y finísimo atacado por un gran frío en la escena. Se retiró y fue representante de Concha Piquer, aunque acabó en el templo más grande y gracioso: apoderando a Curro Romero. La plaza México también nos espera y ese olé tan eufónico y picante, será en cuanto Morante acabe por darnos los números. Tú sabes. Me voy con esa música de Alejandro en nuestro amor será leyenda, con esa fuerza flamenca de la leyenda del tiempo de Camarón y abro la pupila negra de la noche también con Camarón, esta vez mi perro, casi mi amigo y el dueño de mis cicatrices; galopa Camarón la noche palmeando el asfalto y revuelve las hojas de este otoño nada enajenado, y como dice esta misma canción: nos tenemos en el fuego.

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