ElcapitanHaddock
No me malinterpreten, pero soy algo así como un chico sin ángel de la infancia. Es posible que el de la guarda ande por aquí, ronroneando de vez en cuando pero el de la infancia… Así las cosas, a veces me siento más perdido que el platanito en un hotel de cinco estrellas. No se quién cojones es Asterix, ni su primo Obelix, ni de que color es el flequillo de Tintín. No reconocería al Capitán Haddock, si me lo cruzara en las escaleras mecánicas de El Corte Inglés. Yo de pequeño sabía quién era Juanito, que a Santillana le faltaba un riñón pero que daba lo mismo y que La Condomina era el difunto estadio del Murcia. Sabía que a Manolete, le gustaban los golpes de chaquetilla en forma de mariposa, los vestidos rosa palo y los bordados de la taleguilla en forma de corazones. Y que Bienvenida sabía matar con la izquierda, algo que yo ensayaba sin éxito con las agujas de punto de mi abuela.
De modo que ahora me pierdo en un laberinto, cuando los hermanos Ruiz –que son como Los Dalton pero en alto-, hablan emocionados de estas cosas. Y no alcanzo a entender cómo Iñigo alquilaba a punta de pistola, con unas gafas redondas de pasta dura como único arma–que espero hayan retirado del mercado-, los Tebeos de un súper de los 70 mientras su tía hacía la compra.
Ahora que me he hecho un poco mayor me doy cuenta que he buscado detrás de la sombra que dejan las traiciones el refugio del Capitán Haddock, sin siquiera conocerlo. Ahora sé que es posible que me haya perdido un lado de la infancia que ensancha la imaginación y hace soñar despierto. Ahora sé que debo contar cuentos a mis niños. Pero nunca es tarde. No hace mucho en un viaje en coche hasta las tierras verdes, ella me contó el cuento de Peter Pan -con 30 tacos-, porque no era capaz de desenredar la madeja de una canción. Desde entonces es mi bastón y quién llena el hueco de la memoria que me falta.
De modo que ahora me pierdo en un laberinto, cuando los hermanos Ruiz –que son como Los Dalton pero en alto-, hablan emocionados de estas cosas. Y no alcanzo a entender cómo Iñigo alquilaba a punta de pistola, con unas gafas redondas de pasta dura como único arma–que espero hayan retirado del mercado-, los Tebeos de un súper de los 70 mientras su tía hacía la compra.
Ahora que me he hecho un poco mayor me doy cuenta que he buscado detrás de la sombra que dejan las traiciones el refugio del Capitán Haddock, sin siquiera conocerlo. Ahora sé que es posible que me haya perdido un lado de la infancia que ensancha la imaginación y hace soñar despierto. Ahora sé que debo contar cuentos a mis niños. Pero nunca es tarde. No hace mucho en un viaje en coche hasta las tierras verdes, ella me contó el cuento de Peter Pan -con 30 tacos-, porque no era capaz de desenredar la madeja de una canción. Desde entonces es mi bastón y quién llena el hueco de la memoria que me falta.
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