09 diciembre, 2005

Brújulas

Pasamos una jornada a la mitad de los gitanos antiguos: comimos juntos, merendamos juntos. Nos faltó cenar y desayunar y volver a comer, dejar pasar las luces blancas de la madrugada, el tiempo creado para que la amistad pase a estado de ebullición, para desabrochar el tercer botón de la camisa, para que el amor retoce, para que la compañía y la conversación brillen en la noche como el carmín rojo.
No sabía. Hay dos tipos de modos de comer. Con y sin niños que te tiren de la camisa, para que los atiendas. Con niños con los que compartir un tenedor. Yo prefiero con niños, como los de hoy, niños educados, que atienden a la voz del padre, que buscan como imanes la mirada confirmante de los tutores. Niños que te dan besos gratis, besos sin numerar, casi recién estrenados. Que te miran y te hablan y te acarician como los ojos de Irene.
Al final de la tarde seguimos la vereda del frío. Visitamos un parque, luego otro. Mientras hablábamos de lo fácil que era perderse por edificios, rondas, cortesingleses, oímos llorar al más pequeño de todos. Había dado la espalda al lugar donde estábamos, a unos treinta metros. Dio tres pasos más y no le respondió la brújula que aún se va cosiendo a su cerebro. Pensó que se había perdido en un pañuelo. No sabe que eso mismo es lo que nos ocurre a nosotros. Eso es justo lo mismo que me ha ocurrido a mí, que la mano firme que se posaba en mi hombro cuando paseábamos, se ha separado tres pasos hacia el cielo y desde entonces voy reajustando el mecanismo de esta puta brújula, cosiéndola y descosiéndola, remendándola a mi memoria.
P.d.- Roberto Domínguez a la sazón figura del toreo, me dijo un día: "se torea como se es". Pues bien, creo que también se da a luz el vino como se es.

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