Pozo Desangelado
El pozo era hoy un hospital robado. Los pianos negros sin dedos que los tecleen. Sin las voces de mercado a las 12, sin teléfonos que suenan como imantados. Ratones sin queso. Sin las citas del café de las 11. La calefacción sin funcionar, la calva del compadre de mi derecha, es Siberia con escarcha y cierzo y a mi me tiritan los huevos. En el aparcamiento las hojas pardas del otoño corren a sus anchas. Tampoco han acudido a la cita los chicos del pozo desastre que hemos heredado, los mismos que le han ahorcado la línea telefónica a Fernando, el sastre que en vez de saludarte te soba. Hoy por aquí, hasta el chico largísimo pero largísimo, -que de mayor quiere ser ciclista-, está tranquilo. Parece que ayer coronó los puertos de medio Madrid, Navacerrada y Torres Kio incluidos. De mañana vino a verme a mi pupitre: “ ¿Que pasa tío?, … ayer según bajaba por la pista, me encontré un pelotón que subía de, no te exagero perooo 150 tíos y una tía¡ , superequipados¡, subían la cuesta a toda hostia. Yo si pudiera todos los días bici, tío”. Bendito día, el que le animamos a comprarse las zapatillas para pedales automáticos del número 50: “dile a tu colega el Charly este, que si me consigue zapatillas, me compro la bici”. Con dos cojones.
Dicho y hecho.
Dicho y hecho.
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