22 enero, 2006

Autoayuda

Algunas librerías tienen sección de autoayuda. Manuales escritos por mamporreros para echar una manilla al personal. Cómo superar crisis de pareja, cuentos para vivir tranquilo, cómo hacerse millonario, el estrés, guía de supervivencia al divorcio de los padres. Fórmulas alfanuméricas en blanco y negro para enfrentar el cáncer, o el verse tieso. La depresión o la infidelidad. Hasta se atreven con el desamor. Vale.

Yo necesitaría una sección de asistencia diaria: para cruzar la telaraña del día y de parte de la noche. Cómo no perder el ánimo ante la inconciliable vida familiar y laboral, cómo no desesperar al ver las listas de espera en la Seguridad Social, como sobrevivir a contratos basura, a las madres y padres que educan hijos con una mano delante y otra atrás. Cómo sobrevivir a la falta de verde en Castilla, a las mañanas de cencellada, a la vida en pardo y gris. A la nube de los ERES que se pasean a su antojo por la infantería de las mesas de trabajo. Cómo sacar una familia, un proyecto adelante con dos salarios que parecen medio. En fin, el silente descenso de lo cotidiano que viaja a la velocidad de la luz, que pasa inadvertido para no hacernos pensar. Si piensas o si desistes puede que viajes eternamente muerto en el último asiento de un vagón de
metro. Lean, Ángeles en el Subsuelo –casi es el título de una novela-, dejen de mojar el cruasán y cierren a los columnistas plañideras de la prensa del día, que intentan anestesiarles con estatutos, batasunas y fútbol. Tomen nota de uno de los príncipes que han encontrado la fórmula, aunque sea en el exilio, sentado en una azotea de Nueva York, con las piernas y el alma colgando al abismo de la próxima cadena de palabras. Solo. Para luego contarlo.

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