18 enero, 2006

El Loco y la Colina


Las dudas me crecen, me anidan, aumentan en tallo alto hasta encapullarme la vista. Es la cortisona que hincha y enturbia todo lo que toca. En la sangre me circula pólvora que no he gastado, glóbulos rojos y blancos que llevan tres años poniéndome los cuernos, adulterando el bambú que sujeta mis rodillas. Olas de cortisol que deprimen mis defensas y de paso complican la espera. Veo las paredes que rodean esta puta sala de espera: sucias, por encalar. No espero que alguien abra la puerta y súbito me tome de la mano y me lleve a alguna parte digna para plantar el porvenir. Tranqui que yo me busco zapatitos pa´ los niños. No se por qué pitón embiste este toro romo y aburrido, se emplaza en medio del platillo. Mansea y escarba. Las reglas de Pedro Romero, indican sobre este particular: todo el mundo a taparse y el matador, sólo y derecho, debe a unos seis metros del centro del ruedo, provocar la embestida del toro, su arrancada fiera, perderle pasos y echarle el capote, muy pero que muy abajo. Y tragar mientras un ejército de arena y chinas le acribillan la montera y el delantero de la chaquetilla, mientras los dos pitones del toro quieren acuchillar el capote.

Por lo demás una mujer me propone subir una colina, retener el mundo entre una docena de paredes blancas, encaladas, vacías. Un lugar donde detener el sueño, donde entre almohadas vernos caer los párpados como un sobre cerrado. Donde encender la luz nueva, las fechas y el ansia por seguir. Una nueva penumbra donde reflejar los cuerpos limpios de ropa, donde los recuerdos, el tiempo, los besos, la conversación y los amigos, reposen bajo la luz de una nueva ventana. Bajo ese color berenjena del cielo metido en septiembre. Acepto: "Veremos, en fin, si asaltamos la banca y le hacemos un descosido a la razón, si insolados por la pasión, la soledad y la decencia ganamos el partido, aunque sea en el último minuto, de penalti y con la mera punta de la pinche verga, güey."(Deudas y Letras. Spleen de Nueva York.)

He escuchado la voz del Loco de la Colina, la misma voz que mi abuelo me regaló –auricular en vena- hace unas cuantas miles de noches. Que importa el tiempo. Espero que Julio se siente pronto, fumando claro, dándole los frentes y el medio pecho al Loco y en un momento le pegue diez o quince pases, para que más. Las Ventas boca abajo. Y un editor saltando como un resorte del asiento para marcar un teléfono de Nuevayó. Provincia de Granada.

Levanto la vista del diván, las farolas iluminan a quemarropa el hielo del asfalto. El cielo está blanco como si de un momento a otro se fuera a desplomar la nieve, esa nieve que de solo imaginarla, me ha dejado en blanco y desarmado, esperando que en algún amanecer silente, cómplice único, me llame mi padre y podamos charlar un rato de lo nuestro.

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