09 enero, 2006

AsturesyTartesos


Yo estudié Historia del Derecho, con un majadero húngaro que fardaba de sangre real, azul como su chepa de lana azul marino. En un examen oral me solicitó que le hablara veinte minutos de Astures y Tartesos, después la fecha del Tratado de Tordesillas y puerta la becerra.

Mañana esta casa de locos queda para mí. El ejército aliado vuelve al cole y yo tengo número para comenzar el spleen Inem. En primera fila para ver de cerca el lunes al sol de enero, sin mar de por medio. Por las venas me corre pólvora y en mi cabeza se me aparece Tony Soprano, después de vernos tres episodios en ráfaga de metralleta para el tedio y las tardes de invierno en domingo. Los vemos juntos, salivando buen cine, soñando detrás de la línea de horizonte que marcan los hercios. En el sofá, que este fin de semana ha naufragado dos veces, bandeja por la borda. Después y gracias al zapping, me paladeo un documental sobre la Ruta de la Plata: parte asturiana. Cambio la bruma y la neblina por el verde y los valles, que se alejan y se acercan, que bajan y suben hasta conformar un paisaje de olas en verdísima espuma de prado. Mieres y las minas de carbón que mutaban en cal. Los poblados mineros diseñados jerárquicamente: las viviendas de los jacobinos y las casonas de los ingenieros. Las escuelas y zonas comunes. Los hospitales que aplicaban salud a golpe de barracones. El puente romano de Campomanes. La vía romana de la carisapublio carisio- de la época de Augusto, que no es mi preferido. Parada y fonda en la Pola de Lena, villa tatuada en el latido de corazón de Bolín. Fonda en la casa de Vital Aza y parada en la belleza de la iglesia de Santa Cristina de Lena, prerrománico asturiano, donde se acuartelaron un grupo de mineros revolucionarios, hasta que los chicos de Franco Bahamonde solucionaron el incidente a manadas de hostias con tricornio y disparos. Disparos que dajaron tuertas algunas de las piedras de este emblema. Cerramos el fin de semana en la Pola hacía Pajares, hacía territorio de Astures y Tartesos, después de pasar justo ayer –casualidades- por territorio Astur en Fort Apache, donde un tarteso me pasó un naipe en blanco y negro, fotografía que llevaba serigrafiada la ley de Mendel, 50 años atrás; los mismos ojos de luna cuajada, el mismo gesto pizpireta de la nena que ayer se vendaba con tiritas la infancia y el recuerdo de una resaca de Reyes. Marcas, para reconocerse a la mañana siguiente y saber que la dicha existe, que no es un camelo. Que hay Reyes y padres que le acunan y le besan. Que hay alguien, -de a sus ojos espalda infinita-, que regresa de no se sabe donde, para arrebujarla entre sus brazos.

Estadisticas blog