04 enero, 2006

Galileo

Son más de las dos. Apuro el culillo de una botella de Valbuena a la que no dimos la puntilla. Regresé otra vez río abajo, llevo más millas que El Catarro. He vuelto cargado de regalos para las ilusiones adultas del día de Reyes. Las siamesas duermen hace rato, resistimos el sueño el adolescente y mi menda. Mi Leopardín ha venido a saludarme al percatarse del claqué y de que tengo sentado al piano a Tete, que últimamente hace horas extra para mí. Me ha mirado fijamente, ha visto un bombón encima del escritorio. Paciente y lista se ha quedado debajo por si me da por abrir el envoltorio y compartir. El sueño le ha fundido.
Las cábalas de los regalos están rematadas. Queda sólo el cumpleaños de Iñigo. Al pobre se le junta el hambre con las ganas de comer. La doctora que da besos a cuenta gotas, le regaló una agenda con GPS, suponemos que para que no se pierda, para que sepa que el amor le queda justo en Manuel de Falla. Yo prefiero la falta de certeza, no saber a veces a donde voy. Iñigo trabaja en un banco. Es miope, grande y bueno y no le gusta pisar el embarrado ruedo donde la gente se hiere. Se deja las pestañas a diario para que los Botines de turno abrillanten sus lingotes en las Islas Caimán. Sube y baja a diario el Manzanal y la carretera serpenteante que llega al frío siberiano de Tremor. Sube en busca del porvenir, llueva, nieve o luzca el sol. Es tranquilo, si una bomba cae a su lado preguntará al de al lado qué hostias ocurre. Nos vemos a menudo. Nos gusta. Hemos hecho un territorio de afectos consentidos. Siempre hay una excusa, un cocido maragato, un cumpleaños, unas castañas, el Bierzo, las Cíes, un viaje o el bendito membrillo de la abuela de la doctora, Dios salve a la abuela. No he vuelto a verle desde el GPS. Curioso aparato. Le eché un vistazo,
dispone de una opción denominada "Casa" para regresar a tu hogar. Y puedes elegir la voz que tú quieras, para que te asegure que has llegado a tu destino. Es ideal para gente perdida, para quienes no saben bien cuál es su lugar en el mundo. O para quienes duden entre cuál es su verdadero hogar, el de su amante o el de su esposa. Creo que el sistema es capaz de llevarte hasta el lugar que elijas, con un margen de error mínimo. Otra cosa es que te sientas perdido al llegar al lugar donde te diriges, o que te sientas defraudado y perdido llegando al lugar que deseabas. Yo le propondría que me llevara a la calle Goya, donde vivía con mis padres de pequeño. O mejor a la calle de la Luna, para ver salir de casa a mi abuelo hecho a medida, limpio y caballero, con su traje impecable, con un periódico o un libro atrapado entre sus largas manos. Con los zapatos recién lustrados. Con la vida y el cuerpo cosido a puntadas de renuncias y esperanzas. En fin. No sé el Galileo que viene, pero las máquinas aún no han atisbado la primera esquina de nuestros sueños.
P.D.- Se fuma en el Gijón y en el despacho de Víctor. Siempre queda un París. Esto es de locos.

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