Río Abajo
Pasado el umbral de la madrugada. Me siento en el diván de este piano en abecedario. Regreso río abajo otro día más, otro día menos. Parto mi sombra en dos, una conduce la barca hasta casa y otra rema entre sábanas y sueño y olas del mar rojo del 31.
Venía escuchando Clarín de R.N.E. que dirige el traicionado Fernando Fernández Román, acuchillado por los Nerones del Ente. Compartí horas con olor a azahar y cariño mutuo con Fernando. Pocos conocen su verdadera cara en carne viva: el amor a la fiesta. Hoy ha convocado a los sacerdotes de la crítica. Ninguno merece el báculo, digna herencia de Corrochano o Díaz-Cañabate, como Javier Villán, a la sazón crítico taurino del diario El Mundo. Villán es pluma cara, elegante y curtida. Villán es un sabio del teatro, es un hombre del renacimiento educado entre sotanas, que lo mismo te recita todo el teatro clásico, que escribe un libro de memorias de los juegos infantiles de nuestra Castilla la Vieja. O arrodilla en el confesionario a Francisco Umbral. Una noche en Zaragoza, seguí su bastón hasta su habitación en un lujoso hotel, para charlar con el de su obra mayor: Sombra Iluminada. Un libro de culto y entrega al Curro de Madrid, al Curro que sin romero, verdeo la memoria taurina de unos cuantos sentimentales. Curro Vázquez. El torero que a veces se aparecía; porque hay toreros que torean, otros que pegan pases y otros que se aparecen. No hace mucho compré otro libro sobre Curro: “Pasa un torero, Curro Vázquez desde dentro”, por Rubén Amón: que escribe de toros como Dios.
Han disentido sobre la temporada que se viene. Me temo que la única y posible ilusión se llama Cayetano y un chaval que surgió de la sangre valiente y fría que aguantó la ocupación nazi del gueto de Varsovia: el francés de sangre polaca, ojos azules y piel blanquísima, Sebastián Castella, que ofrece safenas y femorales sin cambiar el gesto.
Después de estas palabras de invierno taurino, la noche se tumba fría y cerrada, cargando la luna la pólvora del amanecer. La primera noche nueva que estrena este año, ya acuna a los lobos que mañana se sentarán en mesas de despacho. Ya duermen con un puñal debajo de una almohada. Espero que no tropiecen con el León de Sabero, ni con ninguno de los nuestros.
Yo en cambio no dormiré de momento, me resisto al abismo del sueño. Me recuesto en los tiempos del filo de navaja. Me abrigaré con un manto de papel burbuja por estallar y así ir deshojando la margarita blanca de los próximos meses. Muerdo la esclavina de este deambular y cierro esta entrada con media verónica a pies juntos:
Venía escuchando Clarín de R.N.E. que dirige el traicionado Fernando Fernández Román, acuchillado por los Nerones del Ente. Compartí horas con olor a azahar y cariño mutuo con Fernando. Pocos conocen su verdadera cara en carne viva: el amor a la fiesta. Hoy ha convocado a los sacerdotes de la crítica. Ninguno merece el báculo, digna herencia de Corrochano o Díaz-Cañabate, como Javier Villán, a la sazón crítico taurino del diario El Mundo. Villán es pluma cara, elegante y curtida. Villán es un sabio del teatro, es un hombre del renacimiento educado entre sotanas, que lo mismo te recita todo el teatro clásico, que escribe un libro de memorias de los juegos infantiles de nuestra Castilla la Vieja. O arrodilla en el confesionario a Francisco Umbral. Una noche en Zaragoza, seguí su bastón hasta su habitación en un lujoso hotel, para charlar con el de su obra mayor: Sombra Iluminada. Un libro de culto y entrega al Curro de Madrid, al Curro que sin romero, verdeo la memoria taurina de unos cuantos sentimentales. Curro Vázquez. El torero que a veces se aparecía; porque hay toreros que torean, otros que pegan pases y otros que se aparecen. No hace mucho compré otro libro sobre Curro: “Pasa un torero, Curro Vázquez desde dentro”, por Rubén Amón: que escribe de toros como Dios.
Han disentido sobre la temporada que se viene. Me temo que la única y posible ilusión se llama Cayetano y un chaval que surgió de la sangre valiente y fría que aguantó la ocupación nazi del gueto de Varsovia: el francés de sangre polaca, ojos azules y piel blanquísima, Sebastián Castella, que ofrece safenas y femorales sin cambiar el gesto.
Después de estas palabras de invierno taurino, la noche se tumba fría y cerrada, cargando la luna la pólvora del amanecer. La primera noche nueva que estrena este año, ya acuna a los lobos que mañana se sentarán en mesas de despacho. Ya duermen con un puñal debajo de una almohada. Espero que no tropiecen con el León de Sabero, ni con ninguno de los nuestros.
Yo en cambio no dormiré de momento, me resisto al abismo del sueño. Me recuesto en los tiempos del filo de navaja. Me abrigaré con un manto de papel burbuja por estallar y así ir deshojando la margarita blanca de los próximos meses. Muerdo la esclavina de este deambular y cierro esta entrada con media verónica a pies juntos:
A estas horas de calles deshabitadas,
el teléfono busca ventanas encendidas,
sombras al doblar las esquinas del messenger en pleno invierno.
Me alegra ver que la noche sigue,
sombras al doblar las esquinas del messenger en pleno invierno.
Me alegra ver que la noche sigue,
entre las líneas de esta aguja de bitácora,
entre los libros que toco con los codos,
en el acompañar de Bill Evans que toca un nocturno,
solo para mi,
en mitad del arrabal de la ciudad del trigo,
ayudándome a buscar pisadas en la nieve
que me enseñen con los ojos tapados,
el camino de regreso hasta la chica
que dejé remando entre el sueño y las sábanas.
entre los libros que toco con los codos,
en el acompañar de Bill Evans que toca un nocturno,
solo para mi,
en mitad del arrabal de la ciudad del trigo,
ayudándome a buscar pisadas en la nieve
que me enseñen con los ojos tapados,
el camino de regreso hasta la chica
que dejé remando entre el sueño y las sábanas.
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