22 diciembre, 2005

Tingladuak


El sábado pasado partimos hacia Obaba. No contamos las curvas, ni encontramos alacranes cruzando la carretera. Hacía más de diez años que no pisaba Bilbao, menos que disfruté de la última Aste Nagusia. Más, que como otras veces, miré de reojo como se vestía PascualMezquita en el Ercilla, la taleguilla grosella y oro, envolviendo los costurones de los muslos, todo bajo un silencio que solo suena cuando se aparece el miedo como una fantasma.
Bilbao. Nos recibió un cielo que hacía juego con el titanio del Guggenheim, un calabobos insistente. Cenamos lejos del 31, en el Borne, un garito que ha abierto un catalán junto al barrio chino que lucha por travestirse en zona residencial. El Borne era un mercado antiguo de Barcelona, junto al barrio viejo de la ribera. Cenamos bien, con el acompañar de Tete Montoliú tocando por bulerías de Serrat. Me pareció que la palabra Borne tenía el eco de los garitos donde tocaba Borralbo.
Yo cogía trenes en la madrugada de hace unos cuantos años. Aitor me esperaba en la estación de Abando, sobre las 7 de la matiné, normalmente recién duchado, casi siempre habiendo dejado alguna mujer desnuda entre las sábanas. Desayunábamos juntos y yo comenzaba mi doctorado en noches, lunas, copas y flirteos. En cada viaje debía haber regresado con la cándida inocencia más marchita, pero creo que no lo conseguí. El metro ya anda serpenteando media ciudad. Una noche una chica rubia que me sacaba diez primaveras, me enseñó sus labios y las obras del metro en pleno amanecer. Luego fuimos a desayunar y me regaló, La conjura de los necios.
Ahora Bilbao es más europeo, han maquillado las ojeras, las negruras de los edificios. Han resistido los grises, la luz cansada, el color de nicotina de algunos edificios. Ha sobrevivido la ría, atravesada por un tranvía silencioso, que serpentea tranquilo media ciudad y tranquiliza el alma al verlo pasar. Volvemos al tranvía. Acabaremos regresando al sombrero.
El Guggemheim, el pez con mejores caderas de todo el Cantábrico, navega por la ría musculoso, reluciente, con una piel de serpiente que cambia según la incidencia de la luz en las escamas. En su interior suaves siluetas, curvas de mujer larga, la luz que todo lo inunda. En fin, muchos recuerdos me trae Bilbao. Encima el B.O.E. me informa conciso y parco, que una chica que conozco bien, anda impartiendo justicia en uno y otro lado de la ría. Que no les pase nada a los reos. A mí menda, que era un chorizo inocente, me condenó a un verano enterito de olvido, a un mes y un mediodía abrasado por el verano, me hizo jirones la femoral y me dejó mascando y tragando las espigas de la ausencia. Recuerdo cuando junto al mar le conté el desasosiego a mi padre. Como primera medida me dijo: “tu de momento pídete un wiski”. Así que aquel fue el primer entreno para padecer nuevos principios, para saber prender nuevas lumbres que iluminen mis versos. Después de aquello volvió. Que si la abuela fuma. Pero amigo: Puerta, Camino y El Viti. Menudo tinglado. Por cierto, el vascuence reza que tinglado se traduce como Tingladuak, lo leímos junto a la leyenda del puente colgante de Portugalete. Ya nada es lo era.

P.D.- Es el cumpleaños de mi madre. Se barrrunta homenaje, familiar, sentido y cojo.

Estadisticas blog