19 enero, 2006

Primera Línea

Tengo el último legajo. Tranquilidad no es del archivo de marras, ese por el que se matan los políticos, -bueno lo de dejarse matar un político, ya me dirán-, ese que guarda papel a papel, la historia de más de un olvidado sin código postal. Es para la torda del Inem que no encuentra las letras en el teclado. Son las teclas -le dije-, que las muy putas cambian de sitio. No se lo toma bien, me mira con ganas de aplicarme la ley del pobre francobahamonde, de vagos y maleantes. Mañana me marcarán con una esvástica en el centro del culo. Veo escaparates al pasar de calle en calle, cabe todo el invierno. Mañana gris, mediodía de librerías. Oletvm es mi librería preferida, está alojada en un edificio del siglo XIX, se asienta sobre unos sólidos sótanos de piedra del siglo XVI. Me enamoran el arco de medio punto que te recibe nada más entrar y el ladrillo que divide las estancias. Me gusta hacerme unas librerías de vez en cuando. En la ropa no. Voy, veo, elijo, pruebo, pago y puerta. En cambio los libros son sacramento. Palpar los libros como una seda, ver si laten o si su prólogo o reseña suda algún olor: oletum, que atraiga a las endorfinas que duermen en mis pupilas. Hoy busco un libro para SánchezBolín. Ahora miro mientras como y no le veo. Veo a mi perra que me pide candela y a pesar de que adoro a Zahíra, no es lo mismo. Para no notar tantos cambios aprovecho la hora de comer para zambullirme en el agua y evaporar el tiempo brazada a brazada. Imposible recibir sms con el ñam ñam bajo el agua. Hoy he coincidido con la triatleta de ingles brasileñas, en la misma calle. Al verla me he cambiado de acera. Me come la moral, nada como un delfín, lanza rítmicamente sus dos piernas al aire en cada volteo y regresa cuesta abajo hasta el final de los siguientes 25 metros y yo vecino de la calle del agua clorada, me veo sobrepasado una y otra vez con el depósito de cortisol en la reserva. Un drama naufragado.

Hay veces que conoces a alguien y al instante te ha cogido por las cachas. Corazones imantados, hasta que uno de los dos corazones decide cambiar el polo positivo o el negativo y ya casi nada encaja. Con los libros pasa igual. A veces el comienzo de una novela te arrastra hasta la caja, con la visa entre los dientes. O te tumba por K.O. en la soledad de la habitación, te agarras a las cuerdas y bajas con tiento el escalón de cada línea, para constatar que era cierto lo prometido. Con miedo de volver a caer noqueado esta vez por el gancho directo al hígado de la desilusión o de las trampas. Algunos libros me han atrapado por la pechera desde la primera línea y me he dejado caer al vacío de su historia. Recuerdo,

1
Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca.
Beltenebros, Antonio Muñoz Molina

Dos recientemente,

En el centro de nuestras vidas hubo un verano. Un poeta que no escribió ningún verso, una piscina desde cuyo trampolín saltaba un enano con ojos de terciopelo y un hombre que una noche se llevaron las nubes. Los días cayeron sobre nosotros como árboles cansados.
El camino de los Ingleses. Antonio Soler.

Llevabas una existencia al borde de la legalidad, que era terreno propicio para sentir el amado relente de la prisa en el cuerpo.
El fulgor y los cuerpos. Julio Valdeón Blanco.

No me digan que no les apetece seguir leyendo.

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