18 octubre, 2005

Tere y Antonio, 1988

El sábado fuimos a la casa nueva, a los pies de cerros arbolados. Una casa heredada -a golpe de dolar- de un matrimonio especulador, con el peor de los gustos. Yo les empapelaba en Alcalá Meco, 100 años y un día más.
Carliños ha comprado una casa. Con buen gusto le quedará bonita espero, amplia y grande. Arbolada. Ha comprado como lo hacían los colonos americanos en Carolina del Norte, para que habiten caballos, huertos, frutas y familia. Para recibir por los cuatro costados el cierzo, la niebla y el sol de agosto. Para sobrevivir al trabajo. Nos juntamos, comimos y nos reímos. El jefe del rancho, nos preparó el almuerzo con disciplina militar y dedicación. La familia unida por la voluntad del afecto, más allá de los azotes de la vida. Al entrar cabizbajo y al salir, me fije en la entrada. En su suelo marmóreo descansaba un grabado cincelado a conciencia que decía en letra capital: Tere y Antonio, 1988. Así como, Yo César Aurelio, conquisto Tudela.
Lo pasamos bien. Al día siguiente, al doblar una curva e iniciar la travesía de la calle puente colgante, me alertaron de la presencia de Tere y Antonio en el paso de peatones. Estuve a punto de atropellarles. No es para menos.

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