27 septiembre, 2006

Las flores del frío

Desde la llanura inmensa que lleva a Wamba, más allá de las nubes de plomo gastado y luz de naranja, a eso de las ocho, es posible ver octubre asomarse donde parece que el mundo acaba como un gran tobogán de tierra seca, parda y triste. Octubre será una excusa para noviembre, la conquista de la escarcha en los toldos olvidados del verano, una excusa para la vuelta de las noches de nácar, para guardar los abrigos baratos de entretiempo y ver salir las flores del frío. Desplegaremos las alfombras rollizas que ahora descansan en plásticos opacos en un rincón del salón de mi madre. Es posible que el verano se quede con nosotros, lo mismo que un recuerdo. Es posible que en la cuchilla del frío repentino, sintamos la arena ardiente de la playa del verano, quizá un luminoso azul en la niebla que viene a esta ciudad destartalada, nos lleve al azul de la cala macarella, al azul del tiempo en que los amaneceres no son una humillación para mis huesos.

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