06 septiembre, 2006

Alternativas

En sueños la Doctora Melfi me aconseja por el momento, no pasar del vomitorio desde donde se huele el albero y se divisan antes de romper el paseo, los capotes alineados en lo alto de las tablas. Para no abrir heridas y cornadas de espejo. Me lo dice en ese despacho oval que es un ruedo entarimado, circo romano donde se lidia mirada con mirada con Tony Soprano. Desde hace un tiempo en los tendidos soy un niño en el primer día de orfanato. Masco los versos de Luis Rosales que abren el portón de la li-te-ra-tu-ra: Palomas Eléctricas. Tecleo bajo la sombra del concierto número 1 para trompa de Mozart, a media luz, con el silbido de la fábrica de New Jersey colándose entre lo que parecen cortinas. Escribo sin red –red inalámbrica no conectada- como los trapecistas de ley, para luego congelar unas cuantas piruetas de palabras en el aire blanco de este folio sin tacto, sin peso, con brillo. Un chico toma la alternativa en Valladolid. Un toro mal colocado para banderillear, una suerte mal ejecutada y un banderillero honrado herido hasta la cepa. En el torero también hay reglas y líneas de fuego que conviene respetar.
La Alternativa. Las alternativas las acabará dispensando El Corte Inglés. O la tele enviando un sms con la palabra alternativa. Siempre con el aval bancario de un padre rico o un ponedor con ganas patear callejones puro en ristre. Bautismo sin ambiente, sin proyecto. Paso adelante para sumergirse hasta teñir las medias rosas, en un lodazal que enmudezca los vuelos del capote mudo y luego echar la culpa del barro al empedrado. La ceremonia lamentable. Toricantano de perfil despeinado, como a puntito de perder el autobús, brindis: aparece en el ruedo el padre o ponedor como salido de la barra de un bar, descamisado y sonriendo, mascando torreznos. Como si de comprar un décimo de lotería se tratara. Amenizada la emoción por dos manos que aplaudían por encima del último tablón del burladero de matadores: Luguillano. Sacrilegio.
Imagino a Bogilla o a Juan Belmonte pegando puntapiés a la caja que les guarda a dos metros bajo tierra, como en la muerte de Paula Shultz( kill Bill): salir bajo tierra con una espada de Hatami Hanzo y poner la torería andante derecha. Bojilla mayor, era un Alatriste con una daga en la caña de las botas, pasao de vueltas, de vueltas al ruedo de la vida y con unas gafas que besaban sus mejillas. Escuché a Bojilla banderillero, apoderado, mejor: torero grande, en una barra de un hotel de Gijón teorizar al son del Chivas, sobre el toreo, el sacramento, las reglas de este juego de naipes, la liturgia, las alternativas y los papás de los toreros, sobre la necesidad de solicitar, sobre este último particular, notarialmente el certificado de defunción del padre del chiquillo antes de comprometer el apoderamiento… Ví a Bojilla en el festival que le dedicó Madrid, irse hasta los medios, mayor y tambaleante, traje negro, camisa abotonada hasta el gañote, botos de charol. Lo recuerdo y me calma la flema. En aquel festival Manzanares de corto y gris perla, dibujó tres naturales que formaban un verso tras de otro y traídos templadamente a la memoria hacen olvidar los malos sueños vestidos de luces.

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