08 junio, 2006

Bono tras la Beneficencia

Una especie de anosognosia sufre el toreo. Un enfermo que ignora o parece ignorar su propia enfermedad. Ayer la Beneficencia, corrida grande del año careció de brillo, de hueco en la radio televisión pública, del aura de tarde grande que debe revestir los grandes carteles. Carente de toro, salvo parte del lote de El Cid. Lo vi ayer con la televisión sin sonido, muda de idioteces, cursiladas y mamazos sin sentido. Silencio: que convierte el toreo en una danza muda de emoción, un danzar silente de toros cojos, renqueantes, fuera de tipo. Hundidos en el lodazal de la mansedumbre. Toros aburridos caminito de la vara del gran Florito. Sin sonido porque en Telemadrid da grima escuchar una retransmisión completa. El Cid cimbreó la cintura en demasía con un buen toro que se le fue y al que enseñó demasiado sus tirantes color crema, una cintura que no sentía el imán de la piel de toro, pues el toro se situaba a un metro del cuerpo tabaco y oro del torero, esto es, Cid coloca la muleta donde bien debería colocar su cintura: su cuerpo. Este viene siendo una costumbre del toreo moderno o quizá del toreo según Ponce.
Al acabar la corrida un chaparrón caliente entraba por el ventanal, preparé la cena y a la espera de que ella regresara del deporte enlatado e histriónico, enchufé al Loco de la Colina, quien según definición genial de Sánchez Bolín es ese periodista que entrevista a personajes del corazón. Corazón parece tener el ex ministro y entrevistado Bono. Y un mundo de fe y de ensueño, un paisaje de bondades, de besos con lengua y abrazos sin traición, donde los hijos de la gran puta duermen el sueño eterno, donde los empujones del sexo o de la lujuria son espasmos de debilidad, como las débiles manos de los toros que deambulan por este invento soso de la miniferia.

Estadisticas blog