29 mayo, 2006

Esperando a Talavante (y II)

Ayer domingo de Dolores –de Dolores Aguirre-, salieron un par de toros con gran movilidad, sus puntas libres de las manos del hombre y si hubieran evitado las muñecas de sus gladiadores, la cosa hubiera discurrido de otro modo. Es cierto que este tipo de toreros –en su descargo- acostumbrados a tragantones, trallazos, a plantear la lidia como una guerrilla con espada y muleta, se sienten perdidos cuando un toro les exige la medicina sabia y cicatrizante del temple.
Semana torista en San Isidro y continúa el rumor de Talavante. Cuentan que Talavante, vive perdido en una aldea, que pastorea con media docena de ovejas, y con la única compañía de un viejo, con el que charla a modo del Disputado voto del señor Cayo. Dice que se aísla, que necesita esa soledad para metabolizar el miedo en tranquilad, el silencio para ver la sombra de la muerte y sobrepasarla como una evolución natural del privilegio. De momento ha sobrepasado el infernal mundo de los novilleros y tomará la alternativa tras debutar en Nimes. Todos quieren contratar a Talavante, todos quieren hablar con él y el no quiere hablar con nadie más que con su muleta. Asume la religión del toreo según Corbacho, que no es otra cosa que asumir el riesgo máximo del mismo modo que el arte, sin trampa, sin farsa. Responde torero a las comparaciones con José Tomás: ”de hoy en adelante las cornadas me las pegarán a mí, no a José Tomás y en quien realmente yo me he inspirado es en Antoñete, en cómo se quedaba colocado después del primer natural, ahí donde los toros van o te cogen”. Y es que Chenel ha sido muy grande como grande es la ilusión generada por Talavante, un torero guiando un rebaño de ovejas.

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