24 mayo, 2006

Esplá



Esplá cumple treinta años de alternativa a ritmo de jazz. Esplá es enjuto, antiguo, polifacético y diferente. Torero intelectual. Torero de hoy: fogonazo en blanco y negro de las fotografías pobres de los toreros de otro tiempo. Diferente. La diferencia reside en lo estético. En los vestidos con el aire jovial y barroco de principios de siglo pasado, las hombreras lamidas por el oro derretido, caídas, los bordados de Frascuelo, los golpes en la chaquetilla de Ricardo Torres “Bombita”, de Machaquito o de Joselito “El Gallo”. La diferencia fuera de la plaza también. Y dentro. La diferencia reside en lo profundo: en el andar por la plaza, en el cuidado sumo de la lidia, como liturgia sagrada del detalle. Esplá torero viejo que conoce el toro fiero y sus dominios –que son los terrenos, las distancias, las reacciones, las miradas- como la misma palma de su mano. El banderillear al paso, montera calada al ritmo de Paco Honrrubia, de MANOLO MONTOLIU o de cualquiera de los Bienvenida.
Esplá sonríe a menudo en la cara del toro, sonrisa torera, sonrisa en la cara del toro de verdad, aquel que muy pocos ven la cara, escupiendo el miedo y procesando al milímetro la condición del toro y por tanto el modo en que plantear una batalla sin sangre, pensando en hacer arte del galope de un toro de bronce, musculado y fiero de Victorino. Reúne a los suyos en un pueblo al que tiene cariño, para matar un utrero o dos y poner en práctica la revolución: el abajo muleta en ristre vestido de calle y un cuarteto de jazz en el tendido, sin las luces, ni el humo, ni la magia de un club de jazz, para que suene libre, sin partituras; como el modo en el que Luís Francisco camina por el toreo. Que lo estudie Jiménez, que hoy iba a la cara del toro como si fuera a tomar la primera comunión.

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