22 mayo, 2006

Contrastes

Este fin de semana asaltamos una obra, descerrajamos las vallas buscando una escalera. Entre escombros, el hombre tranquilo. La encontramos. Regresamos muleta en mano hasta situarnos debajo de la ventana, asaltamos la casa y evitamos que un cerrajero caprichoso nos hiciera un boquete en la cartera. Emprendimos más tarde, viaje a Madrid, viaje movido con humo negro, olor a neumáticos quemados: la antesala de lo que luego vino a portagayola del aeropuerto, donde un coche blanco ardía sin compasión, como arde el amor cuando se acaba. De regreso bordeando la M 30, el bullicio de los coches, el tráfico, la prisa por llegar, la brea ardiente en mayo y de reojo Las Ventas, donde un hombre camina lento con medias rosas en el siglo XXI, zapatillas de bailarina y chispeante con lentejuelas. Al mismo nivel de la brea, de la prisa, de la revolución tecnológica. De la locura. Un hombre de andar tranquilo y un animal fiero. En un tablero intemporal de arena, mientras a unos metros circula la vida feroz. El tiempo que nos ha tocado vivir.

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