02 junio, 2006

Victorino

Padilla honró ayer el mal gusto, las formas chavacanas, la sonrisa de antitorero con capirote de Napoleón. Bufón de circo. Lean sino lo único que Zabala de la Serna le dedica en abc: “Y Juan José Padilla? Aquí se escribe de toreros. No de bufones, ni de provocadores, ni de astracanes, ni de otras especies que se ciscan no sólo en los públicos, si no en la torería.”
Viene Victorino Martín. Recuerdo tentaderos en casa de Victorino. Nunca me atreví a tomar la muleta. En casa de Victorino casi todo es austero, el campo, la merienda tras la tienta sin lujos, la arena triste y sin brillo de la plaza de tientas, su atuendo. El brillo está en su mirada, en el toro esta el lujo. Un toro sucio polvoriento, con aspecto de gigante musculado. La mirada del toro de Victorino es brillante, directa y fija. Los tentaderos son el envés del cuaderno de cualquier ganadero comercial, lo que a ellos les vale al de Galapagar no. Lo que a ellos no les vale, puede que al de Galapagar sí. Allí ví tentar a Rúiz Miguel, a Esplá o aquel Boni –gran torero de plata ahora- cuando hacía sus pinitos de modelo de Coca-cola. Boní tenía un corte de torero extraordinario, cuando yo era un niño le ví triunfar en San Isidro. Más tarde el sistema impuesto le sesgó la carrera con corridas duras, que no encajaban en su patrón de toreo. Así que viene Victorino hoy a Madrid y hasta el último grano de arena del ruedo se convierte en emoción: sabia de la fiesta. Y si está Esplá en el cartel ni les cuento.

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