Septiembre
Cayetano corta la temporada en septiembre, una temporada entre algodones, algodones blancos que como una nube que atraviesa el sol, hace creer con tiento en el milagro. Cayetano con Curro, el Curro de Madrid, es una esperanza para pasar el invierno al son de la lumbre. Curro, la sombra iluminada, es el espejo discreto donde se miran las muñecas de Cayetano, para bambolear el capote y la trinchera como Curro Vázquez, para andar como Curro. Al final del espejismo todo deberá despacharse en Madrid, en el mismo ruedo que pisó el arte y la gracia de Curro, el mismo ruedo donde un día del Corpus, Curro se olvidó la femoral y ahogó con sangre la indiferencia del 7...Bojilla recogiendo a Curro de las garras del toro que le quiso llevar a dos metros bajo tierra, gritando hijosdelagranputa a las monjas del 7. Eran los tiempos en que yo sabía rezar de noche y pedía por Curro. Para que no perdiera la pierna con la que cargaba la suerte.
Septiembre tras San Mateo, tras la huída silente del calor hace que se desplome un silencio huérfano en las plazas de toros. Ruedos que quedaran expuestos al frío, solos, sin líneas de cal, ausentes de música, al cuidado de un tipo siniestro y de unos cuantos perros, sin naturales que hagan saltar pañuelos blancos como látigos. Después de Logroño y el trámite de Otoño en Las Ventas, vendrá de nuevo la calorina de una nueva empresa en Madrid, un hedor a política que puntúa la propuesta de espectáculo como los griegos votaban el La, la, la de Masiel, es decir sin ni puta idea de que va el tema. Entre tanto la mirada del Capitán hecho Mortensen me persigue desde entonces, un retrato en movimiento, sobrio, real, una mirada sobre la vida que pasea por mi cabeza estos días en pasillos y patios de un hospital cuajado de cipreses, en despachos de gente que escucha mis letaanías, en las espera de semáforos en rojo. Alatriste, más allá de Mortensen, es una obra discutible, estimable en algún aspecto, pero me temo que Díaz Yanes hijo de un castizo banderillero de Manolete, se ha visto desbordado por un bravo toro, porque ya saben lo que Juan Belmonte respondió a la súplica de un novillero que debutaba en Madrid. “Maestro, a ver si mañana me salen dos novillos bravos y formo el lío”. A lo que el pasmo respondió algo así como: Dios te guarde de los toros bravos.
Septiembre tras San Mateo, tras la huída silente del calor hace que se desplome un silencio huérfano en las plazas de toros. Ruedos que quedaran expuestos al frío, solos, sin líneas de cal, ausentes de música, al cuidado de un tipo siniestro y de unos cuantos perros, sin naturales que hagan saltar pañuelos blancos como látigos. Después de Logroño y el trámite de Otoño en Las Ventas, vendrá de nuevo la calorina de una nueva empresa en Madrid, un hedor a política que puntúa la propuesta de espectáculo como los griegos votaban el La, la, la de Masiel, es decir sin ni puta idea de que va el tema. Entre tanto la mirada del Capitán hecho Mortensen me persigue desde entonces, un retrato en movimiento, sobrio, real, una mirada sobre la vida que pasea por mi cabeza estos días en pasillos y patios de un hospital cuajado de cipreses, en despachos de gente que escucha mis letaanías, en las espera de semáforos en rojo. Alatriste, más allá de Mortensen, es una obra discutible, estimable en algún aspecto, pero me temo que Díaz Yanes hijo de un castizo banderillero de Manolete, se ha visto desbordado por un bravo toro, porque ya saben lo que Juan Belmonte respondió a la súplica de un novillero que debutaba en Madrid. “Maestro, a ver si mañana me salen dos novillos bravos y formo el lío”. A lo que el pasmo respondió algo así como: Dios te guarde de los toros bravos.
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