Calle Melancolía
Una imagen con un pañuelo de pirata cojo y vida astillada, se aparece en mi cabeza. Hace una carambola como una bola de billar. Se va. Vuelve la bola de nácar negro y pasea por el tapete verde de estos días. A media tarde llevamos a un ramillete de personas a comprar una veintena de ramilletes de flores, sonaba en el local Calle Melancolía: "trepo por tu recuerdo como una enredadera, que no encuentra ventanas donde agarrarse". Flores que algodonen los pétalos que crecen en forma de lágrimas. Hay lágrimas de mañana que a medio día serán sonrisa que olvida el mal hedor, hay lágrimas y miradas que serán piel abierta y sangrante que tatuará con grapas oxidadas esta historia para siempre. Al regresar en noche de luna llena encontré un vaso esbelto llenado por una esponja seca. Solo al fondo del fregadero. Olvidado en el alboroto de las noticias que empapan el costado de sangre traicionera. Al regresar, extraje la esponja y escuché el chirriar de su camino breve por el cristal. Dejé correr el agua a borbotones. Volví a la tarea olvidada, enjaboné el vaso y empapé la esponja olvidada. Me acordé de los toreros que como ella dejan las luces del hotel encendidas para regresar del miedo. Pensé en su vida y Sabina canta lo que ella quizá murmuraba: "busco acaso un encuentro que me ilumine el día, y no hallo más que puertas que niegan lo que esconde". Pienso en las cosas que la esperarán ya siempre con menos suerte que este vaso. En las camisas colgadas sin dueño en una percha, en los calcetines apretados en un cajón, en los zapatos ya huérfanos, en la ropa de invierno que ya vivirá siempre un verano perpetuo. Pienso en la espera de la ropa interior en el fondo de un cajón perfumado, esperando besos y caricias que hagan arder las costuras. Los planes pasados a cuchillo. "Las chimeneas vierten su vómito de humo a un cielo cada vez más alto y más lejano."
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