20 octubre, 2006

Llueve

Regresé del mercado con llamaradas de lluvia en las farolas, sacando un píe por el estribo de la moto, temiendo las trampas de los pasos de cebra, de los peatones inquietos, de los coches, de las gotas de lluvia que nieblan la visera. Un café caliente en la taberna, al pie del escaparate donde mujeres perfumadas temen el olor del pescado fresco, formado vivo en una cama de perejil y mármol blanco.

Abro un libro junto al ventanal. Paso las páginas y levanto la vista de vez en cuando para ver como el agua ahoga las ramas de los chopos en un otoño irremediable. Leemos quizá para conocer gente interesante, para encontrarnos en un callejón con gente desconocida. Respiro las huellas de otros otoños bajo mis hombros, otoños largos con olor a forro transparente y a esperanza, a café antes de entrar a la clase de las cuatro, aquellos otoños que no eran primavera, sino niebla precoz que venía para lamernos la cara. Regresé del mercado con llamaradas de lluvia en las farolas, sacando un píe por el estribo de la vida y pensando si mañana me voy a ver a Morante.


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