31 marzo, 2020

Spleen de titanio


Desde entonces la piedra sujeta mi cuello.

Piedra como un haz de titanio y lujo. Así en forma de diente o de clavo profundo. Yo quería una cicatriz, ser lobo como tú en la arena. 

Yo quería una esquirla de cuerno en la garganta, la voz ronca tomada por la embestida. Por pedir, quería una enfermería y una prisa de peones agitados. Una mujer dislocada en la barrera.

Conformado, solo tengo el cuello tatuado, y el sueño medular de los toreros marcado en la corteza; los nervios liberados, y este aire frío en la garganta.

Ahora, 

en las mañanas del Tramadol retard, el toreo es un pedazo de celuloide con el borde quemado.

Imaginen la soledad de las dehesas, el toro tumbado en la noche y su cuerno afilado mirando una luna redonda. Imaginen la soledad de Sevilla. Tendidos de granito. Ruedos de madera esperando. Y el deambular de los sastres de los toreros, y las telas con esta misma soledad de ahora, el semáforo en verde, o amarillo o rojo, da igual. Cualquier color confinado. 

Hay una quietud como de mundo sin nosotros,

si ajusto más el Tramadol y lo mezclo con Lyrica y seda y percal. Si pienso en ti y esnifo este tiempo, puedo sentir esa fuerza del final de la corrida. La embriaguez de una tarde de toros filtrada ya en nosotros como un polvo puro de blanquísimo alamar,

cruzando el umbral de la Plaza hacia la noche de Madrid, 

y sentir como el arte se derrama en nuestras muñecas y el toreo es un aire perpetuo y 
reaparecido.


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