31 octubre, 2014

Urdiales

















A Diego Urdiales, rostro de soldado en blanco y negro de Robert Capa, le debo un verso rojo y amarillo. Urdiales conserva los ángulos de la cara y del cuerpo, el látigo afilado del toreo antiguo. Es un díscipulo Belmontino, cuajando de pureza  y blancura. Esa blancura de su tez que baja hasta el rosa de su capote para bambolearlo –de arriba hacía abajo- como un trasplante de Romero y Curro Puya: ese capote pequeño, como una toalla de hostal. Igual de limpio. Quema la garganta en el olé. Sin duda. Su muletita al natural, pura como la muleta de un niño en la fotografía que no envuelve los márgenes del toro y de la vida. Vive Urdiales la posguerra de su rostro y su cartera en un escalafón, también corrupto. Como en todo. Pero que conste.

Fuente fotografía: Las-ventas.com

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