Alma de Barrio
El
toro lleva consigo un látigo que hace un
agujero en la noche desde el que se ve la carne del héroe. Trae el toro un
lágrima en el cuerno. Abre el costado de julio. Interrumpe violentamente el
verano. Deben saber como sube un torero desde la arena hasta la espera. Víctor
Barrio es ya un héroe de luces. Quién hoy pone a disposición de una idea su
vida (¿). Quién juega con la vida por el toque preciso, por el compás de la
cintura y el vuelo ligero del capote; por la búsqueda de la distancia (¿). Quién
hinca las rodillas a puertagayola (¿) . A quién le ponen hora y color y luces y
una música y una muerte en el camino que burlar. Quien camina por trazar el
redondo, por lucir al toro, por perfilarse adecuadamente y por cambiar la
suerte a tiempo (¿). Pero quién éticamente sale hoy al lumínico mausoleo de la
arena a crear aquella ensoñación de salón hasta la certeza. Nadie juega a vida
o muerte. El torero atrapa el presente, empuña la fugacidad del tiempo, enfrenta la soledad del hombre con la muerte, recta y honestamente, como una misa diaria de verano, deja a los que le quieren en un duermevela de angustia a las
cinco de la tarde. Se desprende de la materia. Abandona la habitación del hotel, cierra el agua de los grifos y la ropa colgada; las llamadas perdidas,, el dinero sin
cambiar, los abrazos en espera; el mañana en modo avión. Para juntarse con el toro que sale de una
puerta oscura galopando hacia la tela rosa de la incertidumbre. El arte de
pararlo y templarlo sin perder el fulgor de las pupilas. Es todo una
iconografía mitológica. Una seda inexplicable. Porque el torero se depura de
todo lo electrónicamente moderno, camina encima de los surcos de la arena y del
tiempo, pero ya no está en este tiempo. Solo desea el maestro llegar a la
convicción del sueño, a la creación del lance, de la pierna doblada y genuflexa
que recoge la violencia animal del toro, mientras fuera del ruedo el sol, y su
abrigo le esperan. O no. Y que es el triunfo: para ellos, algo parecido a caer heroicamente
en la arena. El toreo es una anomalía del tiempo moderno tan penosamente
virtual. Pero Víctor Barrio decidió vivir, en la latido de la espada y el
lance, consecuentemente y en tiempo real y dislocado; vivir como los hombres
que descubrieron el mundo y que quisieron levantar el velo de los dioses. El
torero suele vivir al dictado de la pasión, y Víctor luchó en la incertidumbre
del toreo y su comienzo como ese verso de Machado “sabe esperar, aguarda a que
la marea fluya, así en la costa un barco, sin que el partir te inquiete …”,
peleó hasta con su estatura ya de mito altísimo, y ha traído mas metraje a la
leyenda. Lo demás. Casi todo lo demás no
tiene una verdadera ni fácil explicación. Y lo demás de lo demás “además no
importa”. La tauromaquia transcurre como el largo cauce del natural de Víctor
Barrio: templadamente, bajo el amparo de la ley y la admiración de millones de
ciudadanos que deben conjugar el verbo y descansar su convicción en el tendido.
Víctor Barrio encarna la dignidad del
hombre en emprender el sueño de aprender a torear despacio, de conseguirlo, y
de salvar al toro sin salvarse. A sabiendas de la muerte. En la tarde. Como un
arpón. A los toreros, un abrazo épico. Que sigan toreando despacio por la
memoria del torero caído.
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