31 enero, 2006

Número 31: Cithăra

Nieve. El sábado un tipo bailaba un chotis con notas de alcohol y hielos de nieve, detrás de la bola del mundo: las piernas engañando baldosas, alentadas por los hilos invisibles de la marioneta en que nos convierte el J.B. Berlanga aparecido entre los copos blancos del absurdo. El domingo abandonamos el Número 31, la ciudad una pista de hielo, aceras con la nieve rota, arañada por el sol que se encendía lento. El cielo azul limpísimo. Le dejamos a traición, desnudo, blanco roto, triste y con las costillas al aire: los tabiques desnudos, desfibrados por los golpes de pelvis del Sifredi Aguabibi –ese es el apellido del caro vecino-. Sifredi follaba sin descanso, reventando muelles y colchones, alborotando sueños, lecturas y proyecciones. Poniéndome en el compromiso de la comparación, haciéndome subrayar ante la fiscal Ruizitziar, que el tiempo es una quimera. Horas y horas de empujones, de terremotos sin gemidos. Todo seco. A taladros con broca del 15. Los tacones llegaban rápidos hambrientos, húmedos y contundentes; se iban desafinados, lentos, rotos por el desgaste de la lujuria más absurda. Aguabibi, que follaba tan bien como cantaba y el 31 que nos dio más de lo que tenía. Ahora los besos sin muebles en un primer piso, sin libros - sin nada-, suenan con el eco que salta en el amor cuando no nos lo creemos del todo. Averiguamos poc a poc, que existen pasillos y dacha para que duerman los amigos. Coloreamos habitaciones y descubrimos que existe el espacio. Ayer me senté en mitad del dormitorio color malva: como el vestido de Katherine Turner en el Honor de los Prizzi. Me sentía extraño, echando de menos al pobre 31, imaginándole sólo, seco y olvidado como el clítoris de una vieja.
P.D.- A la vuelta del edificio nuevo, hemos visto aparcado un coche rojo de nombre italiano. La matrícula coincide. Es de Aguabibi. Psicosis. Aún no conozco al vecino/a de arriba.

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