El Cielo Gira
En mitad del Pasaje Gutiérrez hay un garito/galería de arte, cuadros, espejos, marcos y demás marquetería. El Pasaje es como un cagajón de distinción en una ciudad acuchillada mortal de necesidad por la estética del urbanismo canalla. Al abrir, la puerta suena un dindon agradable y empiezas a pisar una moqueta espumosa y gastada. El chico que lo atiende me identifica como el de las fotos con su padre. Antes de prepararme el Puente de Brooklyn, comete la ingenuidad de preguntar porqué acude siempre la misma parte de la fotografía a recoger la obra acristalada. A mi el Pasaje me pilla un poco más cerca que a él –respondo en modo House-. El chico se queda más tranquilo y yo me doy el piro con el puente debajo del brazo, porque fbarri me espera con la melena al viento y el coche en doble fila. Acabo el día resistiendo al sueño viendo El Cielo Gira, un documental lento, de luz primorosa, de atardeceres que se acuestan en la memoria para no despertar. El cielo gira, muestra la vida vista para sentencia de Aldeaseñor -un pueblo de la Soria numantina-, el trabajo del pintor Pedro Azqueta. La sensación de que todo desaparece con el tiempo; el tiempo justo antes de la ruina y el contrasentido que vomita ese trance hacia la ruina numantina o romana, donde las cosas toman un brillo especial, de evocación, de olor a decadencia de culturas y vidas, de paso de estaciones y de fríos, de nieblas, de nieve: vigías del último capítulo de la aldea y del primer capítulo del hotel y los nuevos y gigantes molinos de viento.
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