New Jersey
Una entrada sin brillo. Regreso buscando cruzar el río, buscando el costado del parque donde planté una parte de mi infancia. Desde el gran ventanal del nuevo 31 -del pisito pret a porter Ikea-, se perfila un felpudo verde, unos cuantos chopos crecidos y desnudos; si miras más allá, te asomas a un paisaje que huele un segundo a New Jersey: aparece una fábrica grande, varios depósitos plateados, chimeneas, extractores de humo que vomitan un sigiloso silbido, un rumor perceptible, sobre un río de chapa blanca. El paisaje desde el ventanal tiene un aire industrial, una confusión tapiada entre lo civil y lo industrial. Parece como si Tony Soprano fuera a aparecer al otro lado de la tapia, con su todo terreno, codo en la ventanilla y puro en ristre. Vamos midiendo, pensando, decorando y ocupando, gastando y presupuestando después. Me temo que este verano nos esperan vacaciones pagadas, de ida y vuelta en la Leyenda del Pisuerga. Dos tipos sacados del Milagro de Petinto, trajeron una mesa color chocolate. Enanos, morenos, gemelos, calvos y redondos desenfundaron dos pistolones y empezaron a atornillar en metralleta. Uno de ellos, tornilleaba con media sonrisa tolai, al percatarse de una fotografía que me trajeron hace días de París. En la fotografía aparece un torero de espaldas, descuidada la postura y con la costura de la taleguilla que divide simétricamente las dos nalgas, rasgada. Es Antoñete. Vaya tela. El culo del maestro.
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