07 febrero, 2006

Escenas

La mesa tambalea este sirimiri de palabras. Gime y tiembla porque Zarita se está trajinando la pata delantera izquierda. Zarita en celo daría su reino por un polvo de carne y hueso. Es tarde. Esta noche he visto como se acuesta a dos niños. Como una familia acaba el día y como la niña de ojos de luna llena y cuajada confunde mi nombre, me enseña una rana con alas y me da un beso que sabe a dulce de membrillo .
La gente anda revuelta. Los truenos de las páginas de sucesos se hacen tormenta, hasta mojar las aceras, hasta nublar la vista y encender la caldera de la mala hostia al rojo vivo. El sábado un sesentón al que Itziar adelantó a paso ligero en una acera cualquiera, no acabó de ver clara la maniobra del adelantamiento. En vista de lo cual decidió en plan Arteche, regalarle una zancadilla a la altura de la rodilla al tiempo que se cagaba en sus muertos. Pena de no tener a mano el móvil de Paulie Walnuts.
Hoy, día lleno de febrero, un pobre hombre ha regresado a casa en chanclas modelo Jesucristo. Dejó sus zapatos debajo del banco azulón del vestuario del gimnasio y a la vuelta de la tabla de gimnasia suiza, no ha encontrado ni los cordones. El hombre no acababa de creerlo. Mientras, un viejo en pelotas destapaba un tarro de Nieva. Se embadurna el cuerpo entero mientras el otro tipo se daba el piro jurando en hebreo y sin cordones. Se encalaba con calma. Hasta algo que parecía una picha recibe el ungüento. La gente se cuida. Hasta los impedidos se cuidan. Un hombre con las piernas como curvas de mujer, accede con bastón y albornoz a la piscina, con un bañador en el que caben tres paquetes. Intenta ensayar algo parecido a la natación a la vez que monta un tsunami de cojones en toda la piscina. Mientras, yo durante mil metros me olvido del mundo que existe en la superficie y por si las dudas no aguantan las altas temperaturas me doy un homenaje a 75 grados centígrados, con la compañía de la chica que domina las cuatro esquinas de la mesa de billar y que hace de los tapetes donden ruedan las bolas, un colchón para el desenfreno. Más tarde a la salida del centro de ingles brasileñas, un conductor de ambulancia empitona a un taxista, mientras en mitad de la vía, una vieja tumbada en una camilla filma la escena con sus propios ojos.

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