Hierro, voz de piedra
Despedida
Yo que por no guardar no guardo ni las apariencias, conservo en la alacena del corazón algunos dibujitos que José Hierro, con quien tanto quería, trazó con el café insomne de Viridiana. A punto de cumplirse los dos años de que se mudara al otro lado de las nubes, huérfanos de su voz de piedra (no de piedra pequeña como tú, sino de piedra pómez) un racimo de fieles le recordó pasadas tardes en el Ateneo de Madrid. Hierro, que en contra de su apellido sufría en los últimos otoños una frágil salud, llamó bruscamente a un amigo del alma para citarle a comer. Tras la sobremesa, trufada de bromas, chinchón y toses, Pepe le llevó a otra habitación. Allí entre pocos, pero doctos libros juntos, incendió un cigarrillo con avidez y pausadamente, sin dramatizar, musitó: "Te he llamado para despedirme", y tras una caladita añadió:"Y eso que cuentan de que si te lo propones, tienes voluntad, luchas... puedes retrasar la visita de la muerte, tan callada, eso, también es mentira". Falleció esa noche. "Lástima grande que haya sido verdad tanta tristeza".
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