09 septiembre, 2007

Extravagario (II)

I. Llego a un dormitorio que linda con Las Ventas. Madrugada de agosto por Madrid, cuesta abajo los escaparates en penumbra, la espalda del Cock como un refugio de piratas de la noche, el techo de la puerta grande como un mapa de madera que guarda silencio. Apagados los combinados de De Diego. Madrid con un disfraz de noche, la brisa blanca de los taxis, las farolas que dan frío y agosto y la risa de Leo que ensancha la madrugada. Y muere Umbral, Mortal y rosa. Y los periódicos son una mermelada densa y la columna de Raúl del Pozo salta hacía la gloria de la contraportada. Empapa el agua secreta de la escritura de Raúl mientras buscamos un avión que casi perdemos, mientras pienso que Julio dará una pedrada en la misma luna de los placeres y los días.


II. La isla más húmeda, arroyos, torrentes. Una montaña fiera en mitad del océano. El cielo más transparente, el volcán más joven y un escarpe sin rectas, exuberante, enorme. Hay playas de arena negra, volcanes si llegas y una escalinata que llega hasta un cielo de plata. No hay tiempo, ni periódicos que den una puntada al mundo real. Hay un firmamento poderoso, un brillo estrellado que se escucha como un beso, un mar que rompe fuerte y una calma que se palma. Hay balcones desde donde caminan las nubes, senderos con hadas, charcos azules. Al cruzar el largo túnel conquistas un murmullo de luz y cielo azul, y subes y bajas y giras y giras más, como un bucle que sube hasta encontrar la niebla que borra los límites de este mundo, que sube a millares de metros hasta un lugar donde de noche, a bocajarro del cielo, se abren párpados blancos.


III. Baja un avión a una ciudad que ya no es de agosto, una chica duerme con los pies descalzos sobre el asiento, la sombra de las alas deja huellas en la tierra parda de Madrid. Tomás cae en Linares, el día que murió Manolete. El mismo hule. De purísima y oro. Y si miras más al norte de estos días ves un faro más olvidado que también recuerda a otro torero caído: Yiyo, torero grande, largo. Elegancia y hondura. Pureza también. La leyenda que pudo existir, brilla un instante y luego deja sus sombras marcadas para siempre.

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