09 agosto, 2007

Regresos


Busco entradas para ver a José Tomás otra vez más. Al sol o a la sombra. Sueño con ver como toma la cuneta de estas carreteras secundarias y viaja con destino a los ruedos donde vocea la leyenda. Tiene el toreo de José Tomás una materia de pasión, de emoción ajena a la razón: ese sonido negro de Lorca, ese ángel tocado de Rilke y ese viento que silva misterio, rito: naturaleza sagrada del toreo. No pesa el oficio, ni la pericia, pesa la ritualidad, el duende, el sacramento, la pureza, el valor puro al servicio del arte. Y no pesa ni un gramo la hegemonía, pesa la revolución del instante: el momento inmenso de buscar el temple, el natural largo, la ligazón; cruzarse al pitón contrario, al abismo imposible; alcanzar la gloria en la tormenta, entre astas que buscan el camino directo al cuerpo del torero. Ese momento, drama y empeño por buscar la obra en un trámite imposible, un impulso del corazón que atraca la razón y llega hasta el manantial de las muñecas. Como aquel héroe sólo y trágico que en cada natural del toro de El Sierro jugaba como un tahúr helado, con la sentencia firme de la cornada. No se si volverán aquellos tiempos de revolución, de vuelta al resplandor de José Tomás y a su sombras. Aunque sus sombras como aquella del toro de Adolfo Martín, eran sombra iluminada, sombra larga, grande y diferente que daba respuesta a esa naturaleza ritual, sagrada, pasión ajena a la razón que debe tener el toreo.

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