15 agosto, 2007

Agosto


Veo a Pauloba cargar la suerte a la verónica. A Pauloba le desarmó la boca y el porvenir un novillo en Cuenca. El pitón indulgente permaneció educado a la puerta del mismo cerebro. Mérito tiene Pauloba que perdió el ritmo del habla y el tono de la palabra, pero no perdió ni un ápice de esa torería plena y desvaída. A la espalda de reapariciones y glamour, hay un batallón de toreros de invierno a los que fusila la ilusión del cemento de Madrid. Saben que hay repercusión, que Madrid es un refugio y una excusa para alargar el sueño y que el 7 es un dios pagano con memoria. Debe la afición mover montañas por ver a Tomás pero no menos por sentir el milagro de la resurrección de los toreros de invierno en agosto. De ver a ese Frascuelo, celador de día y torerazo de tarde irse con el pecho por delante al toro, citar a quince metros y destapar ese perfume Chenel que se hace bronce en la media verónica. Ese empaque de Frascuelo, la distancia, la torería. La pócima.

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