Lágrimas de frío
I. El pozo es un barco anclado en la mitad del otoño. Un recoveco de desierto enmoquetado donde azota el calor y al otro lado del cristal el frío, las hojas guillotinadas, el aire invisible, la luz dorada. Este lugar es un convento vacío, el escenario del crimen y también un aparcamiento de amantes apartado, un lupanar como tú dices, faros que se apagan en lo oscuro; un pasote de mentiras. La meseta enmoquetada donde al caer la noche se empañan los ventanales y donde la biblia de Marías es palabra casi de Dios: No deberíamos contar nunca nada.
II. Entre montañas a uno y otro lado de la carretera hay una serpiente parda de hojas secas. Al doblar cada curva se levantan y suspenden, se arremolinan y abrazan contra el coche. Descansan. El bierzo es un campamento de familia, de colchones tirados, de mesas con pan y garbanzos. Late ya la luz de una niña de agua y febrero que se llamará Nora, que correrá por este pasillo y verá el mundo desde la espalda ancha de su padre.
III. El otoño pasa como una bala de plata, trae lluvia y eco de nieve. Lágrimas de frío. Subiré tranquilo por la senda verde de noviembre, veré diciembre y antes su braña de hojas y abrazos rotos. Llegaré al picacho del 25 y plantaré para ti mi bandera blanca. Mi cruz en lo alto. Tu memoria envidia del viento. Te llegará mi vida de ahora sin ti pero contigo, mis renglones torcidos. Buscaré una barra elegida, limpia; una barra de nubes de plomo con la luz ardiente de cien dedales de Whisky. Una barra elegida, porque hay amores demasiado hermosos para según que barras. La frase te hubiera encantado. Pero no es mía.
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