09 febrero, 2009

Islas


Cruzo el invierno. Viajo con una mirada azul sobre la vida que me gusta. El nieto de un hombre que soño con ser torero ya tiene una mirada distinta. Atravieso el boquete gris del frio. Llevo lejos vuestros besos y subo por los escalones de una niebla de nubes. Llego a esta Isla conocida donde el invierno no jura bandera y donde la primavera es terca y el verde la geografía, la dictadura, el golpe. Abandono la espuerta en la habitación. El cielo en la terraza es un zumo de azules oscuros, un ruido de luces. Veo una bahía oscura y fantasmal al final de los pies de esta loma. Hablo contigo y nieva al otro lado del teléfono, mientras miro los aviones descomponer este cielo de luz perfecto, este reino de ley del cielo. Apilo los libros, en esta habitación de hotel hay flores de plástico, cien canales de televisión, una cama blanca, una moqueta azul y una televisión que ya no parece una televisión. Me llega esa soledad de hotel antes de la corrida y me tumbo en el colchón de Loriga. Duermo y despierto, veo los aviones, la bahía y una playa negra. Vuelvo a Loriga y al obituario de Julio Valdeón que resucita la vida (SMS: duelen menos las muertes desde que las escribes) y besa con el carmín brillante de la poesía a la muerte.
La Isla es un territorio sin prisa, una música lenta. El Roque esta mañana es un picacho entre la niebla y la Caldera una olla empapada de agua y viento que azota y muele la lluvia que llega en bofetadas de agua a las mejillas. También tiene este lugar un son cubano. Ya tienen las calles chorros de confeti y colores vivos y música de carnaval. Por eso los problemas aquí se paran en los pasos de peatones y los hombres tienen la piel quemada y la sonrisa dispuesta. Temprano despachamos, dormimos entre papeles y mi oficina esta hoy abierta al mar azul en un ventanal de la Casa Rosada. Si hubiera este cielo, si tuviéramos este azul, este sol, esta sal de invierno, si desde la península pudiéramos ver el Teíde a lo lejos como aquí como un Klimanjaro castizo, la temporada no dormiría y resucitaría en abril; Valdemorillo no sería una feria sin luz, una lidia de hielo y toros oscuros. Estas ferias de invierno son un sueño de gloria temprana, un balcón nostálgico que espera la luz de abril, el calor de los farolillos. El vestido no está preparado para el frío, sí para la luz que agigante los alamares, el oro bruñido, la sangre brillante y hervida. El charol negro de las zapatillas. El invierno es un cuartel de espera en el retiro del campo, un tiempo de calzonas de pana. Sigo la feria y los pulsos del toro en un blog que es una pizarra luminosa de constancia, afición, amor al toro y libertad cabal. Un blog que bebe de esa anarquía sabia e independiente que viene del pasado. Esa basa corintia que es Navalón o Joaquín Vidal, o Rafael Ortega. Hoy Navalón tendría un blog en su cartera como el Spleen de París de Baudeleire. Este blog torear es también una isla y araña la memoria taurina para enfrentarla a la fiebre de hoy desde el parlamento de Las Ventas. Una tribuna que inventa y en cierto modo entierra la crítica taurina que amarillea en el papel de periódico.
A medio día llueve fuerte. Corro rápido en una playa de ceniza negra, se trata de respirar la brisa, de aumentar la zancada, de buscar el punto donde atardece más tarde, de encontrar el latido alegre, la endorfina, el lenguaje del mar. El olvido. La voz de Springsteen es una catapulta de imágenes en la memoria, y tus ojos se ven con la misma bruma que aquí envuelve al Teide.

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