11 diciembre, 2008

Adios

Antonio era todo corazón, bonhomía al galope, sus latidos daban sangre a toda la barra de amigos, sus antebrazos de marinero, sus manos de hierro. Sudaba vida; hacía el mejor te helado con limón que he bebido nunca, bebía Whisky y ginebra y alcohol de quemar como manzanilla y su bar era un templo de Jazz, memoria y distinción. El carmín rojo y los tacones de aguja eran su raya blanca y la barra negra de mármol, su colchón mullido. No merecía dejar su piel de hierro en el asfalto. El Harlem de ayer, en penumbra con esa luz de vela encendida que se apaga, lleno y callado por Miles Davis será un recuerdo para siempre. Nunca cerrará el Harlem. Al menos en la memoria. Y será la barra en la acodarse siempre, cuando llueva fuera. Cuando arrecie el frío.

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