09 diciembre, 2008

Madrugada de viernes

Para Juan que apagó y encendió tantos bares contigo.
En la noche del viernes reinaba la lluvia, las miradas mojadas que se pierden en un bosque de humo. Hay todavía piratas con garfio y parche en el ojo que reman en lo oscuro. Gente que pierde siempre en la timba del sexo. Avanza la noche más quieta y oscura cada vez. Se apagan los bares. Los bares son los faros de esta meseta sin mar. Altavoces histéricos arañan por dentro y solo calma el frío de los hielos. No es pensable que surja en lo oscuro el día, ni que circulen periódicos y brote el café. Tiemblan las luces verdes de los taxis como un patinete que no hace preguntas y te lleva al fondo del mediodía. En el murmullo de los oídos todavía navegará el ruido como dentro de una caracola: las voces: disparos de nicotina; el humo que maquilla la piel y riza el pelo: gas de la noche; el hielo deshecho; la cáscara de limón al fondo de la madrugada; la ginebra de noche: paracetamol que cura y olvida. Regreso en tu coche de hierro. Me porto bien. Me voy pensando en ti, la ciudad de las cinco tiene un vaivén que no tiene el día y la geometría de lo oscuro es más perfecta y canalla. Busco "el alba rayada y que se desplome en la espalda violeta de Granada..." Pero aquí no hay Alambra. Ni nieve que ponga luz y rostro a la noche.

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