Crónica de Valladolid
Umbral hubiera sacado una crónica hoy sólo con el papel amarillo del programa de mano y sus anuncios funerarios. Me dio un calambre. Diría también a lo mejor que a las señoritas de Valladolid les suena el móvil en los toros y que este público necesita a lo mejor una licenciatura o una borrachera regeneracionista, ver las fotografías de los tendidos cuajados de sombreros, trajes negros y puede que silencio. Uno nota en esta plaza una perpetua involución hacia la plaza de madera y carros. Porqué vuelven estos ganaderos de buscando el bravo. Porqué este simulacro de toro afeitado, desrazado.
Morante pasó como por un campo de invierno y abulia, buscando el mimbre, desesperándose con este material infame. Haciendo un simulacro de la suerte de matar también y descabellando desde el Cerro de San Cristobal: Klimanjaro falangista de Valladolid. Es verdad que Morante hizo un esfuerzo en el quinto comenzando con esos ayudados Belmontinos. Terminando desesperanzado en el diván de palmeros y sin entradas del callejón. Los callejones es verdad son países de emigrantes sin entradas, gente que hace lustros que no paga una entrada: vividores del pitón. A mi no me desconsoló la tarde. Seguí a un hombre vestido de capote rosa y azabache. Todo lo hace bien desde el paseo, todo desde la pisada de la torería. Cómo vuela entre toro y toro el capote Luis Carlos Aranda. Qué despacio. Un quite, cortando al toro primero y después echando el capote abajo con torería y mucho arte, un quite como un saludo de pase del desprecio que diría Abraham Garcia. La pureza de Aranda en banderillas abriendo los brazos al aire de Valladolid, centrándose con el toro en mitad de esta meseta amarilla, dejándose arrancar al toro, asomado a un balcón que seguro olía a afthershave. Un salir andando de la suerte, del par, de la tarde sin bravura, de esta plaza que no sabe distinguir el trigo, el grano de paja, teniendo estos campos amarillos de cereal y adosado tan cerca. Almoadillas para Morante claro y de premio Garcigrande o Domingo Hernández para el año que viene.
Morante pasó como por un campo de invierno y abulia, buscando el mimbre, desesperándose con este material infame. Haciendo un simulacro de la suerte de matar también y descabellando desde el Cerro de San Cristobal: Klimanjaro falangista de Valladolid. Es verdad que Morante hizo un esfuerzo en el quinto comenzando con esos ayudados Belmontinos. Terminando desesperanzado en el diván de palmeros y sin entradas del callejón. Los callejones es verdad son países de emigrantes sin entradas, gente que hace lustros que no paga una entrada: vividores del pitón. A mi no me desconsoló la tarde. Seguí a un hombre vestido de capote rosa y azabache. Todo lo hace bien desde el paseo, todo desde la pisada de la torería. Cómo vuela entre toro y toro el capote Luis Carlos Aranda. Qué despacio. Un quite, cortando al toro primero y después echando el capote abajo con torería y mucho arte, un quite como un saludo de pase del desprecio que diría Abraham Garcia. La pureza de Aranda en banderillas abriendo los brazos al aire de Valladolid, centrándose con el toro en mitad de esta meseta amarilla, dejándose arrancar al toro, asomado a un balcón que seguro olía a afthershave. Un salir andando de la suerte, del par, de la tarde sin bravura, de esta plaza que no sabe distinguir el trigo, el grano de paja, teniendo estos campos amarillos de cereal y adosado tan cerca. Almoadillas para Morante claro y de premio Garcigrande o Domingo Hernández para el año que viene.
<< Inicio