La voz de los Poetas vivos
De camino a León, la voz de Luis García Montero deja sin luz los semáforos, abre las calles al cielo nublado, gris sin solución de este día, se entremezcla con los coches. Compite en los pasos de peatones con los ruidos que retumban el asalto, la lluvia triste y perezosa, el verano escondido, las prisa de la gente. Viene su voz a mi con la prudencia del agua que no es fría ni caliente. Ensancha el viaje, mi mente, las curvas y allí, en el río negro de la carretera se mezclan su barcos y su mar, el amor y la inmortalidad de la palabra. Granada y Manhattan.
Estos últimos días del pozo moqueta son cada vez más Soprano. Gente que nos quiere homicidamente. Por eso es mejor dar la vuelta a la almohada de la noche, acomodarse en su forro reversible, buscando ese pitón cruzado y poético, los abrazos que te olvidan del mundo, dormir en esa marejada tranquila a la orilla misma del mar de sábana blanca donde flota de noche tu melena. Buscar la luz dormida del verano, hipnotizarse con la melena verde de estos chopos agitados por el viento mientras Camarón domina el mundo. Tengo un perro que me muerde y amigos nuevos. Desperté el domingo con esa fiebre de los días sin colegio y vi una casa revuelta llena de hombres atrapados entre la resaca y el sueño. Una casa de hombres buenos que llegaron del norte para jugar una partida de cariño, colchones esparcidos, girones de un vestido rosa y oro, hombres grandes como niños, una montera negra boca arriba que presagia una noche de insomnio. La viva historia de Joselito L.C. Niño de la Puerta del Sol, me lleva a Chamartín, el día después de su estreno de rosa y oro, para que tu me esperaras al otro lado de la orilla de los trenes con tus besos, el día después que recordamos a Juan en una Iglesia blanca: sus hijos como castillos, su herencia azul. Juan, su mobilette roja por mi memoria, su voz rota de amigo fiel, escudero de los días en los que nevavan sonrisas, escudero en los tiempos de amaneceres en blanco con sonido de grito de ascensor que araña la noche, aquel amigo en una niebla de dolor amoratado. Es la mano de Juan voz y compañía de poeta vivo, imagen que viene del otro lado del presente, herencia en las manos de Jaime que auscultan el mundo con el mismo tacto de su padre y miman los ojos de una muchacha de piel blanca y ojos de mar enverdecidos. También apareces tú como siempre con esa magia que me salva para dejar que mis dudas se quemen en el agua. Vuelves también del envés del presente, actualizas las fotografías y me llevas adentro mismo del pasado del papel revelado. Y el presente más radiante es el de Nora, que estos días teje un maya de piel blanca y suave, crece, nos salva también con esa sonrisa nueva, recién separada del papel de regalo. Nora una princesa descalza en el límite del agua de su primera piscina, conquista la luz nueva de una casa vacía. Todos buscamos cita para la próxima caricia, golpe de sol en la oscuridad de los adultos. El tesoro próximo de sus besos.
Estos últimos días del pozo moqueta son cada vez más Soprano. Gente que nos quiere homicidamente. Por eso es mejor dar la vuelta a la almohada de la noche, acomodarse en su forro reversible, buscando ese pitón cruzado y poético, los abrazos que te olvidan del mundo, dormir en esa marejada tranquila a la orilla misma del mar de sábana blanca donde flota de noche tu melena. Buscar la luz dormida del verano, hipnotizarse con la melena verde de estos chopos agitados por el viento mientras Camarón domina el mundo. Tengo un perro que me muerde y amigos nuevos. Desperté el domingo con esa fiebre de los días sin colegio y vi una casa revuelta llena de hombres atrapados entre la resaca y el sueño. Una casa de hombres buenos que llegaron del norte para jugar una partida de cariño, colchones esparcidos, girones de un vestido rosa y oro, hombres grandes como niños, una montera negra boca arriba que presagia una noche de insomnio. La viva historia de Joselito L.C. Niño de la Puerta del Sol, me lleva a Chamartín, el día después de su estreno de rosa y oro, para que tu me esperaras al otro lado de la orilla de los trenes con tus besos, el día después que recordamos a Juan en una Iglesia blanca: sus hijos como castillos, su herencia azul. Juan, su mobilette roja por mi memoria, su voz rota de amigo fiel, escudero de los días en los que nevavan sonrisas, escudero en los tiempos de amaneceres en blanco con sonido de grito de ascensor que araña la noche, aquel amigo en una niebla de dolor amoratado. Es la mano de Juan voz y compañía de poeta vivo, imagen que viene del otro lado del presente, herencia en las manos de Jaime que auscultan el mundo con el mismo tacto de su padre y miman los ojos de una muchacha de piel blanca y ojos de mar enverdecidos. También apareces tú como siempre con esa magia que me salva para dejar que mis dudas se quemen en el agua. Vuelves también del envés del presente, actualizas las fotografías y me llevas adentro mismo del pasado del papel revelado. Y el presente más radiante es el de Nora, que estos días teje un maya de piel blanca y suave, crece, nos salva también con esa sonrisa nueva, recién separada del papel de regalo. Nora una princesa descalza en el límite del agua de su primera piscina, conquista la luz nueva de una casa vacía. Todos buscamos cita para la próxima caricia, golpe de sol en la oscuridad de los adultos. El tesoro próximo de sus besos.
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