06 junio, 2009

Esplá torero de vueltas azules


Debe ser grande ver de cerca el tiempo, tocar la piel de alamar de un minuto de gloria y memoria que se deshace efervescente.

Despedir, sentir el dulce viaje entre hoy, ahora, el éxito de luces y seda grana, la sombra de calle de mañana. Esplá hoy, ese vértigo que está tan cerca del pasado imperfecto, la consciencia fugaz del presente. El tiempo atrapado en el círculo del ruedo. El leve tiempo en que la montera gira en el brindis y cae boca arriba con toda la historia de uno en su interior. Esplá hoy con un toro colorado. Nosotros vemos a Luis Francisco en la memoria y aparece una sombra cárdena y una mente que resuelve las aristas afiliadas de la casta, hecha problema o largura generosa. Un labrador de torería. Descreído de una despedida cárdena y romántica de Esplá, generosidad y agradecimiento obligan: me emocionó verle cruzar la arena de Madrid, decidido como quién llega a un lugar presentido, acercar la montera al corazón y sentir de cerca la dulce brisa del tiempo que no vuelve ya a vestirse de grana. Iba el vestido grana y oro de Esplá camino del trazo de luz de esta primavera, del limbo hoy exagerado y sentimental y justo de Alcalá; y de la sombra oscura de un armario, de la memoria, nectalina del recuerdo. Vencido el puñal del viento, el gris de la tarde, los años que pesan, el peso del adiós. Puede que recordemos algún redondo de hoy ceñido y lento, los remates de siempre en la memoria, su andar, la anatomía del Gallo (Rafael), pero más nos deja Esplá: una memoria torera y romántica de contornos diferentes, de respuestas anejas, una muleta hecha mente y lidia. Da igual la muleta retrasada de siempre que no deja de ser una propuesta. Todo en Esplá tiene esa poética de la naturalidad. Está la tauromaquia esplasista desnuda de todo metal, de toda afectación y orfebrería; las formas de su toreo son expresión natural y luminosa, escultura de Berrugete: los naturales a medio desmayar de ayer. Su muleta esconde, como esa vuelta y forro azul coquetamente asomado, solución, inteligencia, coordenada del terreno y torería de los años veinte hasta en la misma sonrisa. El alfabeto silábico del toro. El sabor en blanco y negro de las fotografías de otro siglo. La máquina del tiempo. El sentido de la lidia hoy olvidada –porqué no lidiar un toro de hoy sólo sobre las piernas y matar por derecho-. Después de estos toreros, uno se queda como en esa soledad de cafetería después de que un amor te deja a medio vivir, a medio café, a medio querer. En la balconada del luego, en la incógnita sangrante de que ojos me mirarán así, qué muleta dará latido e ilusión e impulso al alma que se levanta de un tendido.

Lo cierto es que hoy que corrimos Castellana arriba detrás de un taxi blanco que se llevaba mi espuerta, que la mañana me acogió en el burladero torero del número 23, justo en frente del jardín del Hotel Villamagna donde Federico Canalejas cargaba la suerte de la madrugada, hoy que bajábamos la cuadrilla del arte la Calle de Alcalá con sabor de hierbabuena y ginebra, con gana de romero, con pasión de vela encendida y semana santa: saeta de capote rosa por favor, balada de Morante de La Puebla, esperaremos. El viento acuchilló la muleta de Morante, la zarandeó como bandera de velero. Pero no hay viento ni cierzo valiente que borre el relámpago, el capote que a tí mirada azul y un poco rosa, te quita el sueño. El insomnio de la verónica del día 21. Saeta de capote rosa, balada de Morante de la Puebla, esperaremos.

(C) Fotografía Juan Pelegrín.


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