Morantísimo torero de la Puebla
Para Jaime, a quién reservé sitio hoy en la coronación de un rey y a las lágrimas azules del nieto torero, que movió cielo y tierra para estar ya ayer, en Las Ventas.
Tú Morante de la Puebla. Tú dios pagano de los toreros. Tú escondes el agua de tú río, la estela de los todos los toreros de Sevilla. Tú que llevas ingrávidas esas bolitas de Rafael de Paula: Gracia torera que da Dios o la nada. Morante nuestro que estás en el albero de este día, jueves, cielo de capote rosa, sol en la esclavina, mayo, 21, explosión, fantasia, horno, filigrana, calor. Arrebato y verso. Tú Morante sentado en midad de tu extravío en esa silla flamenca de Rafael el Gallo, tu que paras el instante y buscas el desafío, tu agujero negro supuerado, el gusano de la agonía vencido. Morante nuestro que estás en la tierra, santificamos tu nombre y tu muleta roja y lorquiana. Tú Morante que nos diste vida hoy en la arena del circo de Madrid y emoción y lágrima y memoria: pone me ut signaculum super cortuum.
Morante es la escapada. El universo propio, gravedad propia, estrellas blancas y azabache, por encima de su cielo azul de medias verónicas y extravío. Ese cielo azul por verónicas de hoy, el 7 enamorado, la media abelmontada a pies juntos, la caricia del capote que recoge al toro adelante, que lo mima, que lo hila, lo lleva a besos despacito: cadencia, un trazo hundido sin tiempo ni límite. Morante trueno de torería. La barba, el mentón hundido. Todos los músculos acaban en las muñecas para torear y componer. Porque Morante compone un sueño torero. Si uno mira la muleta lorquiana de Morante, ve su mirada bondadosa, ve verdad, pureza al coger el palillo, valor por los arrabales donde los toros revientan. Esa mirada bondadosa está en la bamba de la muleta lorquiana de Morante. Y no hay otra ambición que la de hoy, romper la luz, crear ese arte que no cabe en El Prado. Enajenar la primavera.
Hay un lance por el lado izquierdo hecho arcilla, pulpa y flor a la altura del tendido 2. Hay lágrimas de aficionado hoy en Madrid. Los óles de hoy. El rugido de la pasión. Toro canalla, mansón, incapaz. Viendo torear así uno se pregunta por los límites mismos de la tauromaquia torera de Pedro Romero y aparece esa evolución de Curro Romero: después de tanta música y caricia, no debería haber espada, ni estoque, ni sangre. No hay vida para la violencia de la espada, después de ese mundo ingrávido. Quizá todo debió acabar cuando Morante torerísimo plegó su muleta lorquina sobre la mano izquierda, agotado el caudal del toro, desplantándose ante el toro y ante la misma muerte: Y fin. Adios toro, vive, eterno ya el arte, mi reino no es de este mundo.
(c) fotografía José Aymá
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