El diván de Chenel
Para Jaime torero convaleciente
que en el sueño del cloroformo sueña en alto con Morante.
que en el sueño del cloroformo sueña en alto con Morante.
Si vuelves tarde de un pozo poco comprensible, si tienes amigos tristes, algún amor que no te quiere, huellas de moqueta. Si viene una feria triste y sosa, si cae la noche, si te muerden los perros, si tus rodillas rugen y no hay diván de agua, rasga la noche Chenel y tus lágrimas saltarán por redondos. Todo se pasa bajo el cielo de Madrid con un torete llamado Barrabás, número 5 de Torrestrella. La faena de Antoñete vestido de corto en abril de 1986 es una faena pop, la nieve del volcán nevado del Ruiz, es la memoria de la muleta planchada, la pasión y el arrebato, la puta golosina que no verá este San Isidro: no hay suerte más cargada, ni postura más torera, ni gesto, ni pecho hinchado más apasionado y dispuesto. Un ir y venir del toro que es farlopa para los sentidos, esa majestad en el andar hacía el toro, buscando el oxígeno torero y la distancia justa para hilar el soneto. Un hombre sesentón y sin cintura es un príncipe bailarín, un héroe de Madrid, una muleta planchada, una plaza loca. La matemática del terreno exacto y la distancia de Antoñete es una tauromaquia. El valor columna de mármol Chenel. El redondo es un trazo de tinta roja, un dibujo lentísimo. Esa cadera rota de Antoñete de reventar por medias verónicas las olas bravas del toro. El valor quieto, los botines charol atornillados en la arena de Las Ventas que es la tarima de su casa. El mechón Chenel que fue ese día un sol blanco en el cielo de Madrid y una flor rojo pasión en la noche de este día.
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