Hotel Astoria
Estos días de sol tienen un sonido crujiente sobre el invierno. Queda atrás la bisutería fría de Diciembre, su metal frío, los besos helados. Camarón cumple un año, reina después de casi muerto, esquiva el garrote de la parca y gana batallas de ternura como El Cid dejando una silueta negra por la casa. El perro nublado. Este sol ilumina el camino largo del sur de tu mejilla y ese perfume dulce: sudor de rosas blancas. Entra la luz tibia del sol al ruedo de Las Ventas y resuenan murmullos de medallas en los patios de cuadrillas. Aquel marzo contigo en Fallas. Aquella bruma de tertulia torera al caer la noche del Hotel Astoria. La última vez que vi a Federico Canalejas, su baúl de historias y su ingenio, la cara comida, los terremotos de México, las borracheras en las que perdía los zapatos. Federico ya era un aficionado cansado, descreído y tierno, un hombre de vuelta que contaba el toreo con una voz graciosa y sabia. Era un desmemoriado para los aficionados nuevos: “señora es que he ido dos veces a los toros, una hoy, y otra que me llevó mi cuñado en Madrid”; si el te elegía te bordaba el libro, hacía una ruta de vino rojo por la geografía de Antoñete, hacía vivir dentro de sus muñecas, vendaval de toreo romántico. Aquella tarde que te buscaron para brindarte un toro en Fallas, aquellos días que rebosaba la vida, la risa, los naturales por el borde de tu vaso ancho de jarabe de alcohol. Aquel arroz valenciano con verduras en Casa Alejandro. Ese chico que era yo veía a toreros de cerca, tomaba apuntes, me emborrachaba con vuestro catecismo, olvidaba tú herida abierta, aquellos días la vida era el Fort Apache de Valencia, una ciudad sitiada por el ruido, la traca, mi amor por ti, un sonido de tren antiguo que escupe vapor, dolor y nostalgia. En un libro perdido encontré una servilleta de papel del Hotel Astoria, que guardaba un fandango torero escrito bajo una nube negra de habanos y estoques: todo el perfume de aquellos días contigo. La voz de Fernando por Matías Prats: todo el que dice yo soy, no tiene quien se lo diga; me doy la vuelta y me voy; ojala que lo consiga, pero en eso yo no estoy.
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