Imaginario torero
Escribo desde casa, en el piano de Paloma, hermana más gemela. Bajo ese retrato tan Zuloaga de mi abuelo, como áquel que presidía el salón de Juan Belmonte. Guarda silencio Madrid por Joselito El Gallo. Mi virgen tiene más que ver con Belmonte y el corán de aficionado también. Belmonte descubrió el nuevo continente torero siguiendo la caligrafía de la muleta de Antonio Montes. Es una novela romántica, sueño de caballería andante la historia del toreo de principios de siglo. Un tiempo de femorales sin penicilina, un continente por descubrir, caballos muertos, hambre y sueño en las muñecas de los toreros, en el que Belmonte inventó el toreo moderno y Joselito el Gallo, fue el ideólogo del nuevo toro y de la fiesta del siglo XX.
Muy en Joselito el Gallo llegó a Madrid como el Vizcaíno del Quijote, Fandiño y con un toro amiurado ofrendó a Las Ventas esa pasión casi olvidada de querer ser torero. De entregarse. También ese día murió joven como El Gallo, Antonio Vega, voz de hierro y seda, venas rotas, mirada perdida, voz de lágrima y terciopelo. Hubo una media ese día también de hierro y seda, también con la letra de Juan Belmonte: Morenito de Aranda que vestido de Paula: grana y azabache, paseó tranquilo y torero por Madrid. Tiene Morenito esa gracia capotera que se asoma a Curro Puya y a Paula, una facilidad para echar el capotito adelante y traerse al toro toreado hacia esa marisma que es la cadera, a la vez que el cuerpo compone el escenario de la postura y la barbilla besa los alamares de la pechera, como aquella barbilla prominente de Juan Belmonte que equilibraba todo su cuerpo extraviado para el toreo. Porque el cuerpo de Belmonte era una canallada para hacer el toreo, pero una magia de seda y luces provocaba un boceto torero único y era quizá esa barbilla prominente de Belmonte el elemento que daba gravedad y equilibrio a la postura. Viendo fotografías en blanco y negro, rastreando como en una torre de pergaminos polvorientos, una advierte lo grande que debió ser este torero desde cuyo pecho abierto hoy, desde Triana, puede verse la Puerta del Príncipe.
Muy en Joselito el Gallo llegó a Madrid como el Vizcaíno del Quijote, Fandiño y con un toro amiurado ofrendó a Las Ventas esa pasión casi olvidada de querer ser torero. De entregarse. También ese día murió joven como El Gallo, Antonio Vega, voz de hierro y seda, venas rotas, mirada perdida, voz de lágrima y terciopelo. Hubo una media ese día también de hierro y seda, también con la letra de Juan Belmonte: Morenito de Aranda que vestido de Paula: grana y azabache, paseó tranquilo y torero por Madrid. Tiene Morenito esa gracia capotera que se asoma a Curro Puya y a Paula, una facilidad para echar el capotito adelante y traerse al toro toreado hacia esa marisma que es la cadera, a la vez que el cuerpo compone el escenario de la postura y la barbilla besa los alamares de la pechera, como aquella barbilla prominente de Juan Belmonte que equilibraba todo su cuerpo extraviado para el toreo. Porque el cuerpo de Belmonte era una canallada para hacer el toreo, pero una magia de seda y luces provocaba un boceto torero único y era quizá esa barbilla prominente de Belmonte el elemento que daba gravedad y equilibrio a la postura. Viendo fotografías en blanco y negro, rastreando como en una torre de pergaminos polvorientos, una advierte lo grande que debió ser este torero desde cuyo pecho abierto hoy, desde Triana, puede verse la Puerta del Príncipe.
Pergamino aparte son esas fotografías de Curro Puya que parecen el antecedente capotero de Paula. Dice J. Posada que el toreo de Paula esta más en nuestro imaginario torero que en la realidad del ruedo. No conjuga Posada la diferencia entre el Ulíses de Joyce y un soneto de Machado amarillo como el trigo de Castilla. El soneto grana y azabache de Paula aletea en mi memoria. Vuelan seis lances a la orilla del mar cantábrico de Paula una tarde en Castrourdiales con mi padre, un capote hermoso de vueltas azules, rodillas y muñecas rotas. Contaba el gran Joaquín Vidal con esa voz grave que escuché, que quienes presenciaron la tardía confirmación en Madrid en el año 1974, no olvidarán nunca un quite, una ola de pasión inmensa: dos lances y una media de Paula a un toro de Julio Robles.
Durante la semana atravesé varias veces esta meseta amarilla, volví a ese lugar donde a media tarde cantan los pájaros que es la Universidad Carlos III, patio de risa y duelo para mí. Es esta Universidad una metáfora para el hombre, la ilustración ganó el pulso a la guerra, porque estos patios recorridos por marchas militares y sombras de fusiles, son ahora un camino de libros y estudiantes que se besan; un trinar intelectual de pájaros. Una victoria.
Y en esta entrada, paseillo bloguero de hoy, ya no habrá ginebra, ni vapores que embriaguen estas letras. Tendrá eso sí la mirada azul e inteligente del nieto del gran Joselito L.d.C. “Niño de la Puerta del Sol”, nieto torero que se emborracha por Castella en las tardes de Madrid. Hoy que suena desde el cielo la voz drogada de belleza de Antonio Vega que invita a parar, templar y respirar, a dejarse llegar la vida como llega la mirada del toro a la jurisdicción torera. Antonio Vega era diferente como ese momento en que no se sabe quién reina si el día o la noche, la sangre o la droga, ese instante en que día y noche se alimentan como amantes de oscuridad y de luz.
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