Golpe de mar
Me gustaría ser Gallito. Ningún toro se resistía al rojo de su muleta, ni veragua, ni pabloromero, ni vistahermosa. No soy Joselito El Gallo. Me llegan los golpes de mar y no teniendo la muleta de Gallito, tiro de memoria y me acuerdo de mi abuela y su mandil de algondón blanco y su cuchillo. Aquel coraje de madrugada y peces y olor a mar. También de mi abuelo que abría las costuras de la vida con sus tijeras de sastre y su mirada roja, su rosa en la pupila y en la lágrima. Dice un amigo rubio Bienvenida (Angel Luis) que los hijos de tenderos tenemos principios. Los principios son aquellos, por eso tenemos peces en las venas y una biblioteca de cómo resistir. Uno tira de oficio en los golpes de mar y zozobras de agua; recuerdo a Joselito -no El Gallo, el que leyó Memorias de Adriano (libro felipista)-, quién dijo a Chopera (Flamarique), que en su hambre mandaba él mismo. Pienso en mi padre y se me queda esa mirada de John Locke sentado como un indio en la playa de esa Isla mirando al mar. Busco como volver a mis islas, a este blog. A los amigos que elijo, a los paraisos de la tierra. A la sinfornía de temple y naturalidad de José Mari Manzanares en este video que veo, en un tentadero Manzanares acariciando a una vaca y al campo de una mañana de diciembre y a México entero. También en este diciembre infiel al invierno, contemplo arrodillado como en un templo, una media verónica de Antonio Marquez, belmontina en las muñecas, en los brazos. Torero elegante y finísimo atacado por un gran frío en la escena. Se retiró y fue representante de Concha Piquer, aunque acabó en el templo más grande y gracioso: apoderando a Curro Romero. La plaza México también nos espera y ese olé tan eufónico y picante, será en cuanto Morante acabe por darnos los números. Tú sabes. Me voy con esa música de Alejandro en nuestro amor será leyenda, con esa fuerza flamenca de la leyenda del tiempo de Camarón y abro la pupila negra de la noche también con Camarón, esta vez mi perro, casi mi amigo y el dueño de mis cicatrices; galopa Camarón la noche palmeando el asfalto y revuelve las hojas de este otoño nada enajenado, y como dice esta misma canción: nos tenemos en el fuego.
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