Sábanas blancas
Faltan horas. Tiempo para centrifugar el poso de vino de los recuerdos. Minutos para bucear por la música nueva de mi biblioteca. Para nadar por los blogs elegidos, para masticar los libros pendientes, palpar sus tapas. Intuir su contendido como un bote aún por navegar y rendir en el agua. Apilo deseos. Deseos de ver películas. Ganas de estar con amigos. Como un saco de plancha pendiente. Durante largo rato paseo por las fotografías de Campos de Tierra, blog poético y visual. Me detengo en la blancura arrugada de una cama deshecha o en un pasillo enmoquetado de hotel desde donde puedes oír los pasos de los huéspedes. Esos pasillos de hotel me llevan a ese momento en el que el torero apaga las velas, despide las estampas y abre la puerta: emprende el camino guerrero hacia la plaza. Siempre me percate de ese ruido seco y doloroso que hace el vestido de torear en el pasillo del hotel. La estela del oro por la meseta enmoquetada del pasillo. El charol asombroso de las zapatillas. También esa fotografía de la cama blanca deshecha es igual que esas camas que esperan como amantes inquietos el regreso del matador. Tras el sueño de la siesta y el miedo, la cama queda abierta como una piel sin cerrar. En el libro Peajes sobre Manzanares aparece una cama blanca hecha de sábanas arrugadas que va cicatrizando regresado ya el torero.
Esas mismas camas blancas que abrigaron a Curro en el hotel Alfonso XIII de Sevilla. Sigue Curro, faraón, lanzando olas de leyenda por los periódicos y nosotros agradecidos de haber coincidido con él en esta barra del tiempo. Yo pienso en Curro. En su medio pecho hinchado y en su muleta mínima, roja de gracia. Todo alma era Curro y cantar de Camarón. Cómo podía bailar tanto arte en capote tan pequeño. Todo encajaba en ese olvido de la técnica, por eso cabía el pico y el fuera de cacho y todo, porque Curro toreaba con un ángel aparecido y sentimental. Dice Romero que se fue por que el Reglamento era una cárcel y un brote de espinas, por que él quería un reino de capote y verso libre, velero rosa en el albero. Nada de clarines vestidos de uniforme. Libertad. Eso mismo que tras el día 21 proponía esa mirada azul y pasional sobre los toros. Si en el mito hay alucinación y droga yo no veo mito en Curro. Veo leyenda. Leyenda por ídolo vivo. Con Curro no hay discusión porque como escribió Gil de Biedma sobre el amor: esto es amor, quien lo probó lo sabe.
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