20 marzo, 2010

De la nieve y la resurrección

Camarón perro nublado es un perro que resucita. Juega con agujas buscando ese azul de líneas en el mar de Antonio Vega. Se aferra a la vida. Le acompaño en la madrugada mientras se duerme. Mientras le duermen. Paseamos la noche del final del invierno asomados a un ventanal que en lo oscuro escupe luz de quirófano, que es una luz de sueño y sutura. Como ese mismo ventanal donde no lograron coser a la vida a Juncal. Uno siente en la vena la endorfina del deber cumplido. Resuelto, seguimos la carretera que lleva al final de este invierno terco, cruzamos esos mares de surcos de Castilla, ahora que Castilla pierde un escritor vallisoletanísimo. Emprendo viaje. Memorizo un abrazo y su geografía. Un abrazo es una isla y una historia mínima de amor. La noche siguiente amanezco a los pies de una isla de nieve y la Alhambra, de noche, es una señora en lo alto, iluminada con el carmín de la luz. Esta sierra tiene labios de nieve blanca, nieve que resiste para verte cumplir años. Hoy Granada no tiene la espalda violeta del poeta, tiene un cielo gris rugoso, lluvia que moja La Alhambra y las calles y el blanco también de nieve del Albahicín. Yo ya espero la noche cerca de una cama grande de sábanas blancas, en un hotel art decó que ha recibido a medio Japón. Desde el ventanal veo la sierra, una piscina de invierno y una pelota que espera primavera y agua limpia de cloro. Los ojos de Boabdil miran esta ciudad que es una campa que hace botellón; una orilla de Granada es calimocho universitario, ruido, taxis blancos, fritura de pescado y otra es pasado, piedra y torres; otra es nieve. Granada es una ciudad que espera. Que acoge el tiempo y lo acuesta. Que resiste. Y de noche –tu sabes-, el vapor sale de las estrellas.


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