28 febrero, 2010

Nieve rosa de febrero

No hubo febrero con la nieve más abrigada, invierno más caliente por un rato, arte a quemarropa de febrero aún con el toro anovillado. Arte que corroe el sabor de clavo de esta crisis. Morante aparece en el invierno. Tiñe la nieve de febrero con el reguero de tinta rosa de un capote inmortal. Faena de invierno que convierte la canasta y la usura del tejado en sol y aire de Sevilla. Cruje la cintura y el tránsito del toro es un paseo ya sin miedo. Porque en ese capote circular y lento y grave y roto, no puede existir el miedo. Este capote conducido con las palmas de las manos abiertas y ofrecidas para buscar la caricia de seda rosa que trasforma los pitones en música y verso torero, es locura para este invierno. Y ese ayudado por bajo, espada en la bragueta, la muleta como una alfombra añil de torería camino de Carabanchel. Como un relámpago. Mastica mi mente en este lunes invernal la luz de aquel capote, el tiempo de la verónica, la geometría tan circular del lance, el aroma del redondo. Esta manera de torear es aroma que enloquece y enamora. Y con ese latido de misterio y corazón uno quiere volver, estar cerca de este torero misterioso y diferente que torea tan divinamente. Divino por primoroso. Dicen algunos críticos que Morante es torero místico. No hay éxtasis ni revelación divina en aquel andar, en aquellos lances o redondos. Yo diría que Morante con valor quieto abre ese jardín de agua transparente que es el arte inspirado y el arrebato del pellizco. Y lo hace natural: como quien tiene la llave del viento y de esas muñecas se desangra un toreo puro, clásico y gracioso. Y la tauramaquía pasa de ser faena a ser instante, instante y tiempo de arte que se tatúa en la memoria con el relieve de una pintura de seda y piel de toro. Es por eso que puede que nuestro error sea querer ver el todo, la ambición de la faena del conjunto. La rotundidad de los 20 naturales y el espadazo es para los toreros mortales. Morante no es la faena. Es el instante. El momento que muere después de un manojo de lances. El trance. Por eso Curro quería torear como sin tiempo, como sin reglamento. Como sin ley que trabe y exija libreto al instante revelado e inspirado del capote. No me acuerdo casi de ninguna faena completa. Recuerdo los abrazos de estos destellos de alegría y pasión, el quemar de alcohol de estos lances en nuestro corazón. No hay crisis, ni lunes negro, ni horario laboral, con este sabor después del domingo. Cogeríamos el tiempo como costaleros del invierno y lo cruzaríamos cuanto antes para llegar a la primavera expectante del 17 de abril. Un día después de que comience a echarte más todavía de menos.

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