15 febrero, 2010

Llaves de niebla


Conducimos por la pista de una helada y sus curvas. A esta horas abres las puertas con una llave de niebla y nieve. El viento viene siempre del pasado como a veces algunos ojos te miran entre la almohada. Vengo de una bodega enmoquetada que cincela las horas, las esposa, las quitamos su aire y su oxígeno, su libertad vuela hueca en una pizarra de ceros y unos. Las horas a diario no tienen sonrisa. Por eso llego con mi llave de nieve y entre la niebla parece que pierdo las horas como se pierde una llave de niebla. En las horas libres como en un patio al sol, abro piscinas o libros o caminos corriendo. O sueño con tus ojos ahora sin la mirada de la almohada. O pienso en ese faro insomne que extiende su mirada por el mar. Con mi llave de la niebla abro tu casa, mi sueño, las casas de mis amigos donde me emociono con los disparos de un escritor en las hojas blancas del recuerdo. También con una llave de niebla tu abres la solución de las traiciones y caen los traidores de las fotografías como se deshace la nieve en blanco y negro. Ahora que te veo quieto y entre fogones yo te admiro más y sigo tus dictados de espumas de jabón, vida y biblioteca.
Y es mi llave de niebla la que me regala estas horas donde se cierra la noche y se hiela la carretera. Esta llave que como un vapor me abre un concierto número 5 de Beethoven que no es mi preferido y me da la luz de las fotografías de Pepín Martín Vázquez que sí es mi preferido. La silueta traspasado el tiempo de Martín Vazquez es una espiga. Una muleta muy arrastrada. El sitio de un recreo gracioso y amanoletado. En imágenes es un torero limpio, como hecho sin aire, sin corte. Hecho con una naturalidad de los años cincuenta, el toreo de Martín Vázquez era también un disparo de fuerza expresiva. Elegancia iluminada también con esa llave de niebla.


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