10 diciembre, 2010

Invierno

Camarón cumple 60 años. Mi Camarón sin luna tatuada, con su misma mirada nublada cumple cuatro. En su edad de toro mira la vida con otro galope y vive enamorado de unas manos y una voz, juega con la nieve, negro como un rincón oscuro sobre el blanco helado de diciembre. Dime si no merecemos esta mirada más templada sobre mi. Miro sus cicatrices, sus noches de quirófano como los grandes héroes de luces, su cerrazón a seguir los caminos de las malvas. Su pelo brilla sin sol cuando me recibe y sonríe flamenco si se le presenta cualquier viaje. Y más si le pregunto si volvemos a México, si hacemos temporada, si nos olvidamos de todo, si cruzamos el océano como la otra vez, latiendo Como el Agua en el blanco del iPod, desafiando aviones y nostalgia. Otros sueñan en las azoteas del norte invernal, que vuelve Joselito, al ruedo de Las Ventas. Pensar en México y en Las Ventas, es querer que pase el invierno, la niebla; sortear los abetos lumínicos de la Navidad para ver ya el momento de oler la primavera de naranjos de Sevilla, la ilusión por los boletos, los vestidos estrenados, el clarín sevillano que nos suena en el corazón en invierno, que suena a que necesitamos volver a empezar, que es otra magia que tiene el toreo. La reencarnación de la ilusión. Volver a empezar.


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